-Textos:
-Cron 36, 14-16. 19-23
-Sal 136, 1-6
-Ef 2, 4-10
-Jn 3, 14-21
“Porque tanto amó Dios al mundo que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna”.
Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
Cuarto domingo de cuaresma, vamos alcanzando ya las últimas cotas de ascenso hacia la gran fiesta y la gran gracia de la Pascua. Pero este domingo tiene una nota especial, se llama en la tradición litúrgica domingo “Laetare”, domingo de la alegría.
Ya habéis notado algún signo: la casulla es de color de rosa y no de morado intenso, vemos flores en el presbiterio y la hermana organista puede que nos amenice la misa con alguna melodía.
¿Por qué nuestra Madre, la Iglesia, interrumpe el tono penitencial de la cuaresma y nos invita a relajarnos y tomar un descanso en medio del espíritu penitencial propio de la cuaresma?
La Iglesia supone que desde el comienzo de la cuaresma hemos adoptado un estilo de vida austero y penitencial, con el fin de convertirnos y aprovecharnos de la gracia propia de este tiempo de gracia, gracia de conversión y gracia de renovación de vida.
La pregunta es obvia, ¿estamos viviendo la cuaresma con un ritmo de vida distinto del normal? ¿Recordamos aquel lema del Miércoles de Ceniza “Oración, limosna y ayuno?
La Madre Iglesia supone que sí. Y por eso nos propone, en medio del sentido penitencial y austero propio de la cuaresma, un domingo de alivio y de alegría.
Pero la liturgia propia de este domingo trata de alegrar y esponjar nuestro ánimo de un modo propio y original: Nos invita a poner los ojos y el corazón en Jesucristo y en Jesucristo crucificado.
El evangelio nos ha regalado dos frases extraordinariamente expresivas y reveladoras. Dos frases que si nos tocan el corazón, iluminan el sentido de la vida y levantan el ánimo con la alegría más limpia y reconfortante.
La primera es esta: “Porque tanto amó Dios al mundo que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna”. La segunda viene a continuación de la primera: “Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él”.
Queridos hermanos: “Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que el que cree en él tenga vida eterna”. Nosotros los humanos tenemos muchas maneras de percibir que alguien nos ama, pero sólo tenemos una para entender que alguien nos ama de verdad y de la manera que no se puede amar más: Es cuando alguien nos ama hasta dar la vida por nosotros. Jesucristo, el Hijo de Dios, ha dado la vida por nosotros. Mirando al Crucificado nos encontramos con la suprema manifestación del amor de Dios a los hombres.
Este domingo no es un domingo de penitencia, es un domingo de contemplación: Mirar al Crucificado y dejar que resuenen en el los oídos y en el corazón estas palabras: “Porque tanto amó Dios al mundo que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna”: “Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él”.
Veréis cómo estas palabras nos ponen el corazón en fiesta, y reaniman nuestras fuerzas para subir hasta la cota última, hasta la cumbre de la Pascua del Señor y Pascua nuestra.