-Textos:
-Ex 12, 1-8. 11-14
-Sal 115, 12-13. 15-18
-1 Co 11, 32-26
-Jn. 13, 1-15
“Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros”.
Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
La penosa y lamentable pandemia está condicionando toda nuestra vida, los planes y los hábitos de lo que teníamos costumbre de hacer en la Semana Santa, y también, y es más importante, está influyendo en nuestra disposición para escuchar al Señor y para vivir desde dentro, desde la fe, las celebraciones tan importantes del triduo pascual que esta tarde comenzamos.
Pero, a mayores dificultades, mayor empeño en vivirlo como Dios quiere, como Dios nos pide y como Dios quiere vivirlo en nosotros y para nosotros.
“Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros”, nos ha dicho san Pablo en la segunda lectura. La eucaristía, queridos hermanos, es la revelación suprema del amor de Dios a los hombres:
El amor de Dios es infinito, y el amor humano es también ilimitado. En tanto que tenemos uso de razón, siempre podemos crecer en la calidad y en la intensidad del amor.
Y en esta disposición humana encaja la buena noticia, la gran noticia que nos comunica la celebración del Jueves Santo: La eucaristía es la revelación del amor infinito de Dios Padre en su Hijo Jesucristo.
Toda la vida de Jesús es un despliegue del amor de su corazón a todos, pobres y ricos, judíos y extranjeros, sobre todo a los marginados, enfermos, ciegos, pecadores. Pero no sólo hizo obras de amor, Jesucristo se dio a sí mismo, nos dio su persona. Se hizo cuerpo entregado y sangre derramada en la cruz. Y este acto supremo del misterio de la cruz quedó sacramentalmente anticipado y perpetuado en la eucaristía.
Benedicto XVI dejó escrito: “Cada celebración eucarística actualiza sacramentalmente el don de la propia vida que Jesús ha hecho en la cruz por nosotros y por el mundo entero”.
Hermanos todos: la eucaristía es el sacramento de la entrega. Pero, atención, de la entrega de Jesús y de nuestra propia entrega. No recibimos inocuamente, pasivamente, el Cuerpo de Jesús. Al comulgar con la eucaristía, una energía nueva, el amor divino, nos impregna y nos impulsa a ser como Él, a entregarnos como Él, a darnos y entregarnos a los demás igual que lo hizo Jesús en su vida terrena.
Hay una relación necesaria e inseparable entre la comunión con el Cuerpo de Cristo y la entrega al amor y a la caridad con el prójimo. Quien come el Cuerpo de Cristo acepta de antemano ser un don para el mundo. No se puede separar eucaristía y caridad. No se puede recibir el cuerpo de Cristo, si se recibe bien, y sentirse alejado de los que tienen hambre y sed, de los que sufren por la pandemia, o el drama del paro, o el de los descartados de la mesa del bienestar material.
La pandemia es un hecho lamentable, y tenemos que pedir a Dios que lleguemos cuanto antes a dominarla, pero la pandemia es también una oportunidad manifiesta, para que practiquemos la caridad y pongamos en ejercicio el amor que Jesucristo manifestó tan generosamente en la Última Cena, y que nosotros participamos cada vez que comulgamos en la eucaristía.