domingo, 30 de mayo de 2021

DOMINGO DE LA SANTISIMA TRINIDAD

-Textos:

            -Dt 4, 32-34. 39-40

            -Dan 32, 4-6. 9. 18-20. 22

            -Ro 8, 14-17

            -Mt 28, 16-20

 “Habéis recibido un Espíritu de hijos de adopción, en el que  clamamos: “¡Abba, Padre!”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

En este domingo celebramos la fiesta de la Santísima Trinidad, y la Jornada “Pro orantibus”, de la vida contemplativa.

Acercarnos al misterio de la Santísima Trinidad es acercarnos al corazón mismo de Dios.

No podemos  olvidar que fuimos bautizados en el “Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”, y al invocar así el nombre de Dios sobre nosotros, recibimos la gracia y la vida de Dios, fuimos hechos hijos adoptivos de Dios como hemos escuchado en la segunda lectura. ¡Qué hermosa la costumbre de santiguarnos  frecuentemente con “el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. Es entrar en nuestra casa, en nuestro hogar, en lo más íntimo de nuestro ser, de nuestra vocación. Es acercarnos a la lumbre que ilumina nuestra vida, y que da sentido a todo lo que debemos hacer y hacemos en nuestra vida.

La pena es que  muchos y muy a menudo olvidamos acudir a este hogar, donde Dios habita, donde somos habitados por Dios. Y quedamos perdidos y desorientados en la superficie, en la hojarasca de nuestra vida.

Pero unas hermanas y unos hermanos nuestros, miembros de nuestra Iglesia, creyentes y seguidores de Jesús vienen a nuestro encuentro  para ayudarnos a descubrir lo más esencial de nuestra identidad cristiana: Son los monjes y las monjas, los agraciados con la gracia de la vocación contemplativa.

Nuestro papa Francisco, tiene una definición preciosa de lo que es la vida  contemplativa, dice: “La vida consagrada es una historia de amor apasionado por el Señor y por la humanidad: en la vida contemplativa esta historia se despliega, día a día,  a través de la apasionada búsqueda  del rostro de Dios… A Cristo, Señor, “que nos amó primero” y “se entregó por nosotros”, vosotras, mujeres contemplativas respondéis con la ofrenda de toda vuestra vida, viviendo en Él y para Él”.

El lema de la Jornada de este año es muy acertado y oportuno, teniendo en cuenta la lamentable situación que estamos padeciendo a causa de la pandemia. Dice el lema: “La vida contemplativa, cerca de Dios y del dolor humano”. Hay una relación muy estrecha entre la sensibilidad para con Dios y la sensibilidad para con el dolor humano. Nuestro señor Arzobispo expone esta idea y nos ha dicho con motivo de esta Jornada: “Nuestros hermanos contemplativos sufren cuando el mundo sufre, porque su apartarse del mundo para buscar a Dios es una de las formas más bellas de acercarse al mundo a través de Dios”.

Sí, estas hermanas benedictinas, que nos acogen semanal o diariamente en la eucaristía, oran a Dios porque lo aman, y oran a Dios por nosotros, porque saben que nosotros, especialmente, los que sufren, estamos en el corazón de Dios.

Recordemos hoy a los monjes y monjas que viven en comunidad y en clausura, y a todos los contemplativos: y los vamos a recordar con admiración y gratitud. Pidamos que  Dios los custodie en su amor,  los bendiga con nuevas vocaciones, los aliente en la fidelidad cotidiana y les mantenga en la alegría de la fe.-

domingo, 23 de mayo de 2021

FIESTA DE PENTECOSTÉS

-Textos:

            -Hch 2, 1-11

            -Sal 103, 1ab. 24ac. 29b-31. 34

            -Ga 5, 16-25

            -Jn 15, 26-27; 16, 12-15

“Como el Padre me ha enviado, así os envío yo. Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu santo”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

¿Cómo se explica que habiendo una mayoría tan aplastante de personas bautizadas, el ambiente, las corrientes de opinión y de pensamiento sean tan paganos en nuestra sociedad?

Domingo de Pentecostés, cumbre y corona de la Pascua: Jesucristo, que ascendió triunfante a los cielos, envía a los suyos el Espíritu Santo prometido. La Iglesia animada por el Espíritu, comienza su andadura, su expansión y su misión. Es fiesta del Espíritu Santo, sí; pero es fiesta también de la Iglesia. El Espíritu santo, que es su alma,  le quita los miedos, la entusiasma y la impulsa a anunciar el evangelio.

Recojamos algunos mensajes que encontramos en las lecturas: El primero es el entusiasmo: “Quedaron llenos del espíritu santo y comenzaron a hablar lenguas extranjeras”. Los discípulos se sentían acobardados, estaban con las puertas cerradas. Pero irrumpe el Espíritu y comienzan a hablar con tal entusiasmo que algunos consideran que están bebidos. Pero, no, están llenos del Espíritu Santo. Recordemos que todos hemos recibido este mismo Espíritu en el bautismo y en la confirmación.

El evangelio recoge otro mensaje, el encargo misionero: Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. El don, la asistencia y la fuerza del Espíritu son para la misión. Jesús, de forma expresa y solemne, da competencia y autoridad a sus seguidores para que anuncien el evangelio. Y lo sabemos muy bien, todos los bautizados hemos recibido este encargo.

Y aún debemos recoger un tercer mensaje: “A quienes perdonéis los pecados les quedan perdonados, a quienes se los retengáis, les quedan retenidos”. El perdón de los pecados es una expresión equivalente a la salvación que ofrece Dios a los hombres. La misericordia y el perdón  constituyen un juicio que la Iglesia está invitada a realizar, rechazando el pecado, denunciando todo lo que se opone a la voluntad de Dios, y recogiendo al pecador arrepentido que se fía de la palabra de Jesús.

Queridas hermanas y queridos hermanos, todos: somos seguidores de Jesús resucitado, somos bautizados, hemos recibido el Espíritu Santo en el bautismo; tenemos una misión, que a la vez es un don y una tarea apremiante: anunciar a todos que hay perdón para los pecados; anunciar el Evangelio de la misericordia; anunciar que el hombre de hoy, como el de todos los tiempos, se encuentra ante una opción decisiva: o aceptar o rechazar la salvación de Dios.

Nos preguntábamos al comienzo de la homilía: ¿Cómo se explica que habiendo una mayoría tan aplastante de personas bautizadas, el ambiente, las corrientes de opinión y de pensamiento sean tan paganos en nuestra sociedad?  Hoy, más que nunca son necesarios seglares cristianos presentes y activos en la sociedad, llenos de la fuerza del Espíritu Santo y conscientes de su competencia y de su tarea.

El Espíritu Santo, queridos hermanos, hace posible la eucaristía; en dos momentos  se le invoca, el primero antes de la consagración, el segundo después pidiéndole que transforme a la asamblea que participa en la eucaristía, que queda transformada en un solo Cuerpo místico con Cristo, en perfecta comunión de caridad y misión.


domingo, 16 de mayo de 2021

FIESTA DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR A LOS CIELOS

            -Hch 1, 1-11

            -Sal 46, 2-3. 6-9

            -Ef. 1, 17-23

            -Mc 16, 15-20

 

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Domingo fiesta de la Ascensión del Señor a los cielos: Hoy es un día de alegría de victoria y de  esperanza. Los cielos y la tierra celebran el triunfo de Jesucristo.

 

Hoy nos conviene caer en la cuenta de unos de los artículos del credo: “Creo en Jesucristo que resucitó de entre los muertos y subió a los cielos y está sentado a la derecha del Padre”. Jesucristo, que pasó por el mundo haciendo el bien, y murió como un malhechor, está ahora sentado a la derecha de Dios Padre, es decir, con igual poder y gloria que su Padre, porque es Señor, Hijo de Dios, Dios de Dios y luz de luz”.

 

Nosotros hemos creído en él, tratamos de seguirle, y ahí lo tenemos, coronado de aquella gloria divina que  mientras estuvo en el mundo, no tuvo reparo en ocultarla, y ahora ejerciendo como Juez de vivos y muertos, Señor y dador de vida. Porque no se ha ido para desentenderse de este mundo, sino que ha querido primero, como Cabeza, para que tengamos una esperanza bien fundada de que también nosotros podemos llegar a donde él ya ha llegado”.

 

En primer lugar, queridos hermanos, se dirigen a todos nosotros, a todos los bautizados, que creemos en Jesús y esperamos alcanzar sus promesas.

Jesús ha iniciado el Reino de Dios en el mundo, un Reino de paz, de justicia, de amor y de verdad. Amar a Dios sobre todas  las cosas y al prójimo como a nosotros mismos, las bienaventuranzas, el perdón de las ofensas, luchar por un cielo nuevo y una tierra nueva, esperar un destino eterno y feliz.

 

Jesucristo, al subir a los cielos, no se ha olvidado de la tierra, ni de los hombres. Él  ha venido a traer “fuego a la tierra, y quiere que arda”, el fuego del amor de Dios.

 

Pero qué lejos estamos de alcanzar este proyecto. La sociedad, al menos nuestra sociedad, parece vivir solo de tejas a bajo: después de la muerte la nada, comamos y bebamos, que mañana moriremos. Y a los que no tienen para comer, que se conformen con migaja de lo que nos sobra. Y en este mundo así estamos muchos bautizados, pero, quizás, pocos cristianos de verdad. Desde el cielo, los ángeles hoy nos gritan: “¿Qué hacéis ahí, cristianos, mirando al cielo?”

 

Aquí estamos nosotros, para continuar  su misión: Ser testigos de una fe activa, militante y comprometida: transmisores de la fe a las generaciones jóvenes. Presentando una alternativa en valores, en modos de vida, totalmente distintos a los que se viven en ese mundo, que vive como si Dios nos existiera.

 

Hemos sido bautizados para ser enviados. No lo olvidemos; todos misioneros y testigos. Y todos, en comunidad, en Iglesia, participando en la eucaristía para recibir energía y aliento,  que nos permita continuar la misión que Jesús empezó.            

domingo, 9 de mayo de 2021

DOMINGO VI DE PASCUA

-Textos:

            -Hch 10, 25-26. 34-35. 44-48

            -Sal 97, 1b-4

            -1 Jn 4, 7-10

            -Jn 15, 9-17

 “Como el Padre me ha amado, así os he amado yo, permaneced en mi amor”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos, todos:

Lo que más queremos y lo que más necesitamos los seres humanos es amar y ser amados. Pero, ¿Qué entendemos cada uno cuando hablamos del amor?

Nosotros los cristianos tenemos muy claro, o deberíamos tenerlo: Amor el de Jesucristo. “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”.

Esta mañana hemos escuchado en el evangelio una catequesis preciosa de Jesús sobre el amor. Ha comenzado diciendo: -“Como el Padre me ha amado, así os he amado yo, permaneced en mi amor”.

Conviene que consideremos despacio esta frase: Jesús nos ama con el mismo amor que su Padre, Dios, le ama a él. El amor que nos tiene a nosotros es el mismo amor que su Padre Dios le tiene a él. Nos ama con amor humano, porque es hombre y nos ama con amor divino, porque es Hijo de Dios. Somos amados de Dios, y somos extremadamente amados por Dios.

Y este torrente de amor divino y humano se nos ha comunicado, en germen, en semilla, en el bautismo. Por el bautismo hemos participado en la vida del Hijo de Dios, Jesucristo, y se nos da también participar en el amor mismo con que el Padre Dios ama a su Hijo Jesucristo.

Tenemos que abrir el corazón a esta verdad: somos amados, infinitamente amados, con un amor humano y divino, como el de Jesús.

Nuestra fe es en muchos casos muy ritual, fría, puramente intelectual, nos falta vibración y entusiasmo, porque no reparamos en la gracia tan grande que es ser cristiano.

Santa Teresa de Jesús habla muchas veces de “despertar a amar”. Sí, necesitamos despertar a amar. Es decir, necesitamos dejarnos tocar, sentirnos sacudidos y emocionarnos por esta gran noticia, -que no por ser  sabida, deja de ser noticia extraordinaria, regalo divino, precioso e inmerecido-: somos amados por Cristo con el mismo amor con  que Jesucristo es amado por su Padre Dios. “Como el Padre me ha amado, así os he amado yo, permaneced en mi amor”.

Este es el manantial, la fuente de energía del verdadero amor. Si nuestro corazón experimenta de verdad este amor, podemos amar como amó y ama Jesús. ¿Cómo nos ha amado Jesús? – Hasta el extremo: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”.

Y para terminar un paso adelante: Cuando sentimos verdaderamente que Cristo nos ama de esta manera, la consecuencia inmediata, espontánea y evidente es amar al prójimo: “Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado”.

Podemos dar la vida por nuestros prójimos, podemos perdonar a quienes nos ofenden, podemos, como buenos samaritanos, pararnos en  el camino y dar tiempo, dinero y aprecio al herido y abandonado en la cuneta de la vida.

Pasemos a la eucaristía, demos gracias a Dios, y pidamos que amemos como él nos ha amado.

 


domingo, 2 de mayo de 2021

DOMINGO V DE PASCUA

-Textos:

            -Hch 9, 26-31

            -Sal 21, 26b-28. 30-32

            -1 Jn 3, 18-24

            -Jn 15, 1-8

“Y este es su mandamiento (el mandamiento del Padre Dios) que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y que nos amemos unos a otros”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Permitidme empezar por una pregunta: ¿Somos cristianos de verdad? La esencia de nuestra identidad cristina es muy sencilla y clara, lo hemos oído en la segunda lectura: “Y este es su mandamiento (el mandamiento del Padre Dios) que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y que nos amemos unos a otros”. Creer en Jesucristo y amar al prójimo.

Son el doble mandamiento y los dos están muy relacionados entre sí.

El mandamiento de amar al prójimo, convence a todos, al menos a los las personas de buena voluntad, y buena conciencia. Pero lo aceptamos en teoría, en la práctica ya es distinto. ¿Cuánto tenemos que dar y poner de nuestra parte, a la hora de amar al prójimo, no como a mí me parece, sino como él realmente necesita?

Ser cristiano no es solo hacer cosas buenas. La generación mayor, muchos padres y madres lamentamos que nuestro hijos o nietos abandonen la práctica religiosa, y nos conformamos diciendo que ya son buenos, que respetan a la gente y que son trabajadores. Pero al final, muchos acaban diciendo  que no hace falta creer; que para qué hacerse preguntas que no tienen respuesta, como ¿de dónde venimos, a dónde vamos? ¿Qué hay después de la muerte?; que lo que importa es vivir aquí de la manera más cómoda, y garantizar en lo posible una vejez bien atendida. Los que no tienen trabajo, ni pan para comer, ni medicinas para curar, los que se ven obligados a emigrar, o a salir de su país en guerra continua, para esos dar un poco del dinero que nos sobra, y vale.

Necesitamos hacer obras buenas y necesitamos creer en Jesucristo.

La inteligencia humana, la ciencia, la técnica, la voluntad humana, nuestras obras, solas no pueden conseguir el sueño de la fraternidad y la paz humanas que todos soñamos. Somos limitados, y además, estamos heridos por el pecado. Para amar de verdad tenemos forzosamente que amar desde Jesucristo; unidos a la vid, que es Cristo.

Como el sarmiento no puede dar fruto, si no permanece unido a la vida, así tampoco vosotros, si nos permanecéis en mí”. “Porque sin mí no podéis hacer nada”.

La fe en Jesucristo es el manantial de donde surge de manera inagotable el agua saludable del verdadero amor. Sin la fe en él no podemos nada, si creemos en Jesucristo, lo podemos todo. Podemos amar al prójimo de verdad, incluso  con el esfuerzo y el sacrificio de nuestra propia vida. Y además, cuando amamos desde Jesucristo y como Jesucristo, incluso el dolor, las renuncias y los sacrificios que nos puede pedir el amor verdadero, nos proporciona paz con nosotros mismo, plenitud y felicidad.

Jesucristo nos llama a creer en él. Hasta cierto punto es una cosa extraña, que nos tengan que insistir en que cultivemos la amistad con Él. Es algo que teníamos que considerar un regalo: creer en Jesús, que Jesús sea  el protagonista de mi vida, porque siento que me ama, y yo le amo, y porque creo que su persona y su enseñanza es la clave que explica el misterio del mundo y de mi vida misma.

Este Jesucristo, que nos invita a creer en él y a seguirle, que nos ofrece un amor como el suyo, que nos hace felices amarle, lo encontramos en la escucha de la Palabra de Dios, en la oración, en el hermano pobre y necesitado y en la eucaristía, a la que ahora vamos a participar.