-Textos:
-Hch
9, 26-31
-Sal 21, 26b-28. 30-32
-1 Jn 3, 18-24
-Jn
15, 1-8
“Y este es su mandamiento (el mandamiento del Padre
Dios) que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y que nos amemos unos a otros”.
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
Permitidme
empezar por una pregunta: ¿Somos cristianos de verdad? La esencia de nuestra
identidad cristina es muy sencilla y clara, lo hemos oído en la segunda
lectura: “Y este es su mandamiento (el
mandamiento del Padre Dios) que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y
que nos amemos unos a otros”. Creer en Jesucristo y amar al prójimo.
Son el doble
mandamiento y los dos están muy relacionados entre sí.
El mandamiento
de amar al prójimo, convence a todos, al menos a los las personas de buena
voluntad, y buena conciencia. Pero lo aceptamos en teoría, en la práctica ya es
distinto. ¿Cuánto tenemos que dar y poner de nuestra parte, a la hora de amar
al prójimo, no como a mí me parece, sino como él realmente necesita?
Ser cristiano
no es solo hacer cosas buenas. La generación mayor, muchos padres y madres
lamentamos que nuestro hijos o nietos abandonen la práctica religiosa, y nos
conformamos diciendo que ya son buenos, que respetan a la gente y que son
trabajadores. Pero al final, muchos acaban diciendo que no hace falta creer; que para qué hacerse
preguntas que no tienen respuesta, como ¿de dónde venimos, a dónde vamos? ¿Qué
hay después de la muerte?; que lo que importa es vivir aquí de la manera más
cómoda, y garantizar en lo posible una vejez bien atendida. Los que no tienen
trabajo, ni pan para comer, ni medicinas para curar, los que se ven obligados a
emigrar, o a salir de su país en guerra continua, para esos dar un poco del
dinero que nos sobra, y vale.
Necesitamos hacer
obras buenas y necesitamos creer en Jesucristo.
La inteligencia
humana, la ciencia, la técnica, la voluntad humana, nuestras obras, solas no
pueden conseguir el sueño de la fraternidad y la paz humanas
que todos soñamos. Somos limitados, y además, estamos heridos por el pecado.
Para amar de verdad tenemos forzosamente que amar desde Jesucristo; unidos a la
vid, que es Cristo.
Como el sarmiento no puede dar fruto, si no
permanece unido a la vida, así tampoco vosotros, si nos permanecéis en mí”. “Porque sin
mí no podéis hacer nada”.
La fe en
Jesucristo es el manantial de donde surge de manera inagotable el agua
saludable del verdadero amor. Sin la fe en él no podemos nada, si creemos en
Jesucristo, lo podemos todo. Podemos amar al prójimo de verdad, incluso con el esfuerzo y el sacrificio de nuestra
propia vida. Y además, cuando amamos desde Jesucristo y como Jesucristo,
incluso el dolor, las renuncias y los sacrificios que nos puede pedir el amor
verdadero, nos proporciona paz con nosotros mismo, plenitud y felicidad.
Jesucristo nos
llama a creer en él. Hasta cierto punto es una cosa extraña, que nos tengan que
insistir en que cultivemos la amistad con Él. Es algo que teníamos que
considerar un regalo: creer en Jesús, que Jesús sea el protagonista de mi vida, porque siento que
me ama, y yo le amo, y porque creo que su persona y su enseñanza es la clave
que explica el misterio del mundo y de mi vida misma.
Este Jesucristo,
que nos invita a creer en él y a seguirle, que nos ofrece un amor como el suyo,
que nos hace felices amarle, lo encontramos en la escucha de la Palabra de
Dios, en la oración, en el hermano pobre y necesitado y en la eucaristía, a la
que ahora vamos a participar.