domingo, 16 de mayo de 2021

FIESTA DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR A LOS CIELOS

            -Hch 1, 1-11

            -Sal 46, 2-3. 6-9

            -Ef. 1, 17-23

            -Mc 16, 15-20

 

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Domingo fiesta de la Ascensión del Señor a los cielos: Hoy es un día de alegría de victoria y de  esperanza. Los cielos y la tierra celebran el triunfo de Jesucristo.

 

Hoy nos conviene caer en la cuenta de unos de los artículos del credo: “Creo en Jesucristo que resucitó de entre los muertos y subió a los cielos y está sentado a la derecha del Padre”. Jesucristo, que pasó por el mundo haciendo el bien, y murió como un malhechor, está ahora sentado a la derecha de Dios Padre, es decir, con igual poder y gloria que su Padre, porque es Señor, Hijo de Dios, Dios de Dios y luz de luz”.

 

Nosotros hemos creído en él, tratamos de seguirle, y ahí lo tenemos, coronado de aquella gloria divina que  mientras estuvo en el mundo, no tuvo reparo en ocultarla, y ahora ejerciendo como Juez de vivos y muertos, Señor y dador de vida. Porque no se ha ido para desentenderse de este mundo, sino que ha querido primero, como Cabeza, para que tengamos una esperanza bien fundada de que también nosotros podemos llegar a donde él ya ha llegado”.

 

En primer lugar, queridos hermanos, se dirigen a todos nosotros, a todos los bautizados, que creemos en Jesús y esperamos alcanzar sus promesas.

Jesús ha iniciado el Reino de Dios en el mundo, un Reino de paz, de justicia, de amor y de verdad. Amar a Dios sobre todas  las cosas y al prójimo como a nosotros mismos, las bienaventuranzas, el perdón de las ofensas, luchar por un cielo nuevo y una tierra nueva, esperar un destino eterno y feliz.

 

Jesucristo, al subir a los cielos, no se ha olvidado de la tierra, ni de los hombres. Él  ha venido a traer “fuego a la tierra, y quiere que arda”, el fuego del amor de Dios.

 

Pero qué lejos estamos de alcanzar este proyecto. La sociedad, al menos nuestra sociedad, parece vivir solo de tejas a bajo: después de la muerte la nada, comamos y bebamos, que mañana moriremos. Y a los que no tienen para comer, que se conformen con migaja de lo que nos sobra. Y en este mundo así estamos muchos bautizados, pero, quizás, pocos cristianos de verdad. Desde el cielo, los ángeles hoy nos gritan: “¿Qué hacéis ahí, cristianos, mirando al cielo?”

 

Aquí estamos nosotros, para continuar  su misión: Ser testigos de una fe activa, militante y comprometida: transmisores de la fe a las generaciones jóvenes. Presentando una alternativa en valores, en modos de vida, totalmente distintos a los que se viven en ese mundo, que vive como si Dios nos existiera.

 

Hemos sido bautizados para ser enviados. No lo olvidemos; todos misioneros y testigos. Y todos, en comunidad, en Iglesia, participando en la eucaristía para recibir energía y aliento,  que nos permita continuar la misión que Jesús empezó.