-Hch 1, 1-11
-Sal 46, 2-3. 6-9
-Ef. 1, 17-23
-Mc 16, 15-20
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
Domingo
fiesta de la Ascensión del Señor a los cielos: Hoy es un día de alegría de
victoria y de esperanza. Los cielos y la
tierra celebran el triunfo de Jesucristo.
Hoy nos
conviene caer en la cuenta de unos de los artículos del credo: “Creo en
Jesucristo que resucitó de entre los muertos y subió a los cielos y está
sentado a la derecha del Padre”. Jesucristo, que pasó por el mundo haciendo el
bien, y murió como un malhechor, está ahora sentado a la derecha de Dios Padre,
es decir, con igual poder y gloria que su Padre, porque es Señor, Hijo de Dios,
Dios de Dios y luz de luz”.
Nosotros
hemos creído en él, tratamos de seguirle, y ahí lo tenemos, coronado de aquella
gloria divina que mientras estuvo en el
mundo, no tuvo reparo en ocultarla, y ahora ejerciendo como Juez de vivos y
muertos, Señor y dador de vida. Porque no se ha ido para desentenderse de este
mundo, sino que ha querido primero, como Cabeza, para que tengamos una
esperanza bien fundada de que también nosotros podemos llegar a donde él ya ha
llegado”.
En primer
lugar, queridos hermanos, se dirigen a todos nosotros, a todos los bautizados,
que creemos en Jesús y esperamos alcanzar sus promesas.
Jesús ha
iniciado el Reino de Dios en el mundo, un Reino de paz, de justicia, de amor y
de verdad. Amar a Dios sobre todas las
cosas y al prójimo como a nosotros mismos, las bienaventuranzas, el perdón de
las ofensas, luchar por un cielo nuevo y una tierra nueva, esperar un destino
eterno y feliz.
Jesucristo,
al subir a los cielos, no se ha olvidado de la tierra, ni de los hombres.
Él ha venido a traer “fuego a la tierra,
y quiere que arda”, el fuego del amor de Dios.
Pero qué
lejos estamos de alcanzar este proyecto. La sociedad, al menos nuestra
sociedad, parece vivir solo de tejas a bajo: después de la muerte la nada,
comamos y bebamos, que mañana moriremos. Y a los que no tienen para comer, que
se conformen con migaja de lo que nos sobra. Y en este mundo así estamos muchos
bautizados, pero, quizás, pocos cristianos de verdad. Desde el cielo, los
ángeles hoy nos gritan: “¿Qué hacéis ahí, cristianos, mirando al cielo?”
Aquí
estamos nosotros, para continuar su
misión: Ser testigos de una fe activa, militante y comprometida: transmisores
de la fe a las generaciones jóvenes. Presentando una alternativa en valores, en
modos de vida, totalmente distintos a los que se viven en ese mundo, que vive
como si Dios nos existiera.
Hemos sido bautizados para ser enviados. No lo olvidemos; todos misioneros y testigos. Y todos, en comunidad, en Iglesia, participando en la eucaristía para recibir energía y aliento, que nos permita continuar la misión que Jesús empezó.