-Textos:
-Job 38, 1. 8-11
-Sal 106. 23-26. 28-31
-2Co 5, 14-17
-Mc 4, 35-41
“¿Por
qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
¿No tenemos
la impresión de que una fuerte tempestad azota a la Iglesia y que las olas
rompen contra la barca hasta casi
llenarla de agua?
Los datos
son muchos: muchos bautizados han dejado de venir a misa y cumplir el precepto
dominical, muchos hijos de padres
cristianos se desentiende de la fe que les han enseñado y dicen que ya no
creen, parece que mucha gente ha perdido el sentido de lo sagrado, de la
trascendencia; es claro que la presencia de la Iglesia y de la vida y las
tradiciones cristianas no tienen la relevancia social que tenía hace pocos
años…
Comprendemos
muy bien el grito de los discípulos a Jesús: “¿No te importa que perezcamos?
Claro que a
Jesús le importa nuestra fe y el rumbo de la Iglesia, pero está tranquilo,
porque está seguro de que él es capaz de poner límites al mar y calmar los huracanes y las tormentas.
“Se puso en pie, increpó al viento y dijo al mar: ¡Silencio, enmudece!
El viento cesó y vino una gran calma”.
Queridos
hermanos todos: contemplemos detenidamente a Jesús, escuchemos atentamente lo que
dice; él está en la barca, en la Iglesia, en
medio de nosotros creyentes: Jesucristo calma los huracanes, domina
las tempestades. Miremos a Jesús,
vengamos cerca de él, le oímos decir y hacer: ¡Silencio, enmudece! El viento cesó y vino una gran calma”.
Jesucristo
murió víctima del pecado, de la mentira, de la injusticia, de la traición y del
abandono de muchos, pero “el viento cesó
y vino una gran calma”. Jesucristo resucitó, venció a la muerte y al pecado.
Y como Señor del cielo y de la tierra, ahora está con nosotros, en la barca, en
la Iglesia.
Y nos dice
hoy a nosotros: “¿Por qué tenéis miedo?
¿Aún no tenéis fe?
Conocemos
todos aquel diálogo con Pedro: “Tú eres
Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán
contra ella”.
Hoy Jesús
nos hace una llamada imperiosa, apremiante a creer en él: “¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe? A mayores dificultades,
más fe; que nos sentimos minoría, más motivo para declararnos abiertamente
cristianos; que sois jóvenes y os sentís solos en medio de un ambiente hostil y
paganizado, más motivo para frecuentar a Jesús, escucharle y sentirlo cerca en
medio de la tempestad, y oírle decir:
¡Silencio, enmudece!
Esta
mañana, todos: jóvenes y mayores, seglares, vosotras contemplativas, yo indigno
sacerdote, escuchemos a Jesús y aceptemos este suave reproche: “¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?