-Ez 2, 2-5
-Sal 122, 1b-4
-2 Co 12, 7b-10
-Mc 6, 1-6
“Y se admiraba de su falta de
fe. Y recorría los pueblos de alrededor enseñando”.
Todos nos sentimos ya envueltos en el ambiente del verano.
Este tiempo y las vacaciones posibles más o menos largas, nos hacen
pensar y hablar de viajar, hacer visitas y participar en encuentros. En una
palabra un ambiente propicio para multiplicar nuestras relaciones personales.
El evangelio nos dice que Jesús fue a Nazaret, donde había pasado su
infancia y su juventud.
Jesús había comenzado una nueva vida, ya no era el carpintero o instalador
que había sido, ahora ya llevaba un tiempo anunciando el Reino de Dios, según
la voluntad de su Padre.
Pero sus paisanos no está
preparados ni dispuestos a creer que Jesús, hijo de María y José, artesano de
mantenimiento pudiera ser, nada más ni
nada menos que el Mesías prometido y enviado por Dios para salvar a Israel. “Y se escandalizaban de él”.
Y Jesús, entre los suyos, no pudo hacer milagros ni anunciar el Reino
de Dios. Jesús se quedó sorprendido de la falta de fe de los de su pueblo. En
el fondo se quedó decepcionado. Pero por eso no le impidió seguir adelante en
su misión. Y ante los suyos hablo con sinceridad, con claridad y con verdad.
Una enseñanza y un propósito sencillo podemos sacar de este suceso
vivido por Jesús siempre y con todos, en invierno y en verano, sencillos,
sinceros y verdaderos. En cualquier tema
que se presenta, también en el tema
religioso.
Es cierto que el tema de nuestras convicciones religiosas es muy
personal e íntimo, pero también tiene unas manifestaciones públicas y externas,
que no debemos ocultar, ni dejar de practicarlas. Con la misma libertad que
otros dicen no creer o haber abandonado sus prácticas religiosas, y que incluso
dan razones para justificar su increencia, nosotros podemos con buenas maneras
declarar que somos creyentes, y decir con respeto pero con claridad nuestra
manera de pensar y de vivir la fe que tenemos, y los criterios de moral que
tratamos de practicar.
La fe y la moral cristiana son algo muy personal, pero en muchas
ocasiones puede ser con todo derecho manifestaciones libres y públicas. Y
expresarlas con libertad y respeto a los demás es una misión y una
responsabilidad que tenemos como cristianos.
Jesús fue muy libre entre sus paisanos y, aunque lo sintió mucho, no
tuvo reparo en mostrarse como su Padre Dios, le había mandado.