-Textos:
-Dt
4, 1-2. 6-8
-Sal 14, 2-4b. 5
-Sant 1, 17-18. 21b-22. 27
-Mc 7, 1-8. 14-15. 21-21
“Este pueblo me honra con los labios pero su corazón
está lejos de mí”
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
El evangelio de
hoy nos afecta a todos muy de cerca. Se trata de una invitación apremiante a
revisar el culto que practicamos o las prácticas religiosas que hacemos cada
domingo, y a diario.
Hay un culto
vacío y falso que no agrada a Dios, y el culto verdadero y auténtico que Dios acepta y quiere:
Jesús en el
fondo no crítica tanto las prácticas externas. Misa, rosario, visitas al
Santísimo…, Jesús invita a ir más adentro de nosotros mismos, nos invita a
examinar los motivos que tenemos cuando rezamos o hacemos alguna práctica
religiosa. Jesús interpela nuestro corazón.
El culto vacío
tiene un defecto de raíz: el orgullo y la vanidad, ir principalmente a cumplir una obligación; se hace para
tranquilizar la conciencia, quedarse satisfecho y convencido de que de esa
manera, y gracias a la práctica que hacemos ganamos el cielo.
El culto
verdadero, el que agrada a Dios, es, en primer lugar, ponernos ante Dios y
darle gracias por todo y lo mucho que nos da. La obligación queda en segundo o
tercer plano, Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, es el que cuenta en los más
íntimo y profundo de nosotros mismos.
Vamos a él
llenos de confianza, y con humildad a pedir perdón. Porque hemos pecado y no hemos correspondido al amor que Dios ha mostrado con nosotros en
todo momento, en las alegrías y en las penas, en el tiempo favorable, y en el dolor y la desgracia.
El culto
verdadero es aquel en el que estamos dispuestos a que nuestro corazón quede afectado por Dios que nos habla, nos llama, nos pide y nos
denuncia. Nuestro corazón queda urgido a ser coherente entre lo que decimos
creer y lo que en concreto hacemos.
El culto
verdadero nos compromete a que en nuestro corazón entre nuestro prójimo: el
prójimo más cercano, y el prójimo más necesitado. Un culto en el que el deseo
de servir a Dios, nos lleva a servir a los demás.
Aceptemos la necesidad que tenemos de examinar nuestro corazón y pidamos en esta eucaristía, que nos de fuerza para no dejar de practicar las prácticas religiosas, y no dejar de examinarnos las prácticas que hacemos.
Hay un culto
vacío y falso que no agrada a Dios, y el culto verdadero y auténtico que Dios acepta y quiere:
Jesús en el
fondo no crítica tanto las prácticas externas. Misa, rosario, visitas al
Santísimo…, Jesús invita a ir más adentro de nosotros mismos, nos invita a
examinar los motivos que tenemos cuando rezamos o hacemos alguna práctica
religiosa. Jesús interpela nuestro corazón.
El culto vacío
tiene un defecto de raíz: el orgullo y la vanidad, ir principalmente a cumplir una obligación; se hace para
tranquilizar la conciencia, quedarse satisfecho y convencido de que de esa
manera, y gracias a la práctica que hacemos ganamos el cielo.
El culto
verdadero, el que agrada a Dios, es, en primer lugar, ponernos ante Dios y
darle gracias por todo y lo mucho que nos da. La obligación queda en segundo o
tercer plano, Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, es el que cuenta en los más
íntimo y profundo de nosotros mismos.
Vamos a él
llenos de confianza, y con humildad a pedir perdón. Porque hemos pecado y no hemos correspondido al amor que Dios ha mostrado con nosotros en
todo momento, en las alegrías y en las penas, en el tiempo favorable, y en el dolor y la desgracia.
El culto
verdadero es aquel en el que estamos dispuestos a que nuestro corazón quede afectado por Dios que nos habla, nos llama, nos pide y nos
denuncia. Nuestro corazón queda urgido a ser coherente entre lo que decimos
creer y lo que en concreto hacemos.
El culto
verdadero nos compromete a que en nuestro corazón entre nuestro prójimo: el
prójimo más cercano, y el prójimo más necesitado. Un culto en el que el deseo
de servir a Dios, nos lleva a servir a los demás.
Aceptemos la necesidad que tenemos de examinar nuestro corazón y pidamos en esta eucaristía, que nos de fuerza para no dejar de practicar las prácticas religiosas, y no dejar de examinarnos las prácticas que hacemos.-