domingo, 15 de agosto de 2021

FIESTA DE LA ASUNCIÓN DE MARÍA

-Textos:

            -Ap 11, 19; 12, 1. 3-6a. 10ab

            -Sal 44, 10-12. 16

            -1 Co 15, 20-27

            -Lc 1, 39-56

 Un gran signo apareció en el cielo: una mujer vestida del sol, y la luna bajo sus pies y una corona de estrellas sobre su cabeza!

Este  imaginativo y deslumbrante retrato de una mujer la Iglesia lo ha referido desde siempre a la Iglesia, también a la Virgen María. Hoy lo atribuimos de muy buena gana  a la Virgen María, en su misterio de su Asunción en Cuerpo y alma a los cielos.

Fiesta  gozosa, porque es fiesta de María, nuestra Madre del cielo, y fiesta muy oportuna y conveniente para nosotros, porque nos hace pensar en el sentido de nuestra vida y en la meta final de nuestra existencia.

María en la encarnación, María en Belén, María en el Calvario. María tan vinculada a su Hijo durante toda la vida, tenía también que ser asociada a su resurrección y participar de su victoria. Por eso, María, al terminar su camino en esta tierra fue elevada en cuerpo y alma al cielo.

Hoy es también una fiesta para nosotros, una fiesta nuestra. Porque el destino, al que ha llegado nuestra Madre la Virgen es nuestro destino.

Hemos escuchado en la segunda lectura: “Cristo ha resucitado de entre los muertos y es primicia  de los que han muerto”. Por Cristo Resucitado María sube a los cielos, por Cristo resucitado nosotros somos destinados al cielo, a gozar con Dios y los santos.

Esto es el cielo, no pensemos en un lugar geográfico, el cielo es una vida plena de amistad compartida con Dios y con los santos. Y la vida que se comparte es la vida misma de Dios, vida divina de amor infinito.  

En nuestra sociedad hay mucha gente que no quiere pensar en la muerte, ni plantearse el interrogante del más allá. ¿Es por miedo? Mucha gente decide vivir solo de tejas a bajo, asegurar vivir en este mundo el mayor tiempo posible y de la manera más placentera posible. Se niegan a hacerse interrogantes que afloran inevitablemente en la conciencia: ¿de dónde vengo? ¿A dónde voy? ¿Hay algo después de la muerte?; se niegan a reconocer la vocación de eternidad que tiene el amor humano verdadero, y se olvidan de dar gracias a Dios por la vida buena que viven y que la disfrutan gracias a Dios, porque ellos, si son sinceros, han de reconocer, que no la pueden asegurar del todo.

En una sociedad así La Virgen María, la Virgen de la Asunción, rasga el horizonte corto y estrecho de este aferrarse a solo lo que se ve y se palpa, pero  que se agota y se muere, y nos abre de par en par un cielo de esperanza.

Un cielo, como dice el Apocalipsis:

Luego vi un cielo nuevo y una tierra nueva  - porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar no existe ya. Y vi la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios, engalanada como una novia ataviada para su esposo. Y oí una fuerte voz que decía desde el trono: “Esta es la morada de Dios con los hombres. Pondrá su morada entre ellos y ellos serán su pueblo y Él, Dios-con-ellos, será su Dios. Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado” (Ap 21, 1-4).