-Textos:
-Is
35, 4-7ª
-Sal 145, 6c-10
-St 2, 1-5
-Mc
7, 31-37
“Y mirando al
cielo (Jesús), suspiró y dijo: “Effetá”, esto es “ábrete”.
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
El breve relato
del evangelio de Marcos que acabamos de escuchar se sitúa en Sidón, territorio
pagano, cuyos habitantes eran sordos al Evangelio de Dios y mudos para
alabarle.
En este
entorno, Jesús realiza el milagro de curar a un sordo que además era mundo.
“Y mirando al
cielo (Jesús), suspiró y dijo: “Effetá”, esto es “ábrete”.
Como mensaje para nosotros, me permito destacar en este relato dos llamadas: Llamada a abrirnos a la Palabra de Dios, y llamada a abrirnos a la palabra del prójimo, del hermano.
En primer lugar,
llamada a escuchar a Dios:
Hasta el
Concilio Vaticano II, en el bautismo, el ministro que bautizaba, repetía el
mismo rito de Jesús y las mismas palabras “Effetá”, “Abrete”. Ahora, por
higiene no lo hacemos. Pero en el bautismo, a cada uno de nosotros se nos puso
un nombre, se nos llamó por ese nombre elegido por la familia, por la Iglesia.
Y en el fondo, por Dios. Dios, en ese momento, nos llamó: “Effetá”, “Ábrete”.
¡Dios, nos habla! Dios se fija en nosotros ya apenas nacemos. ¡Qué importantes
somos para Dios! Y esta llamada de Dios nos sitúa a nosotros ante una
responsabilidad; ante Dios que nos llama quedamos emplazados a responderle.
¿Sigue sonando en nosotros el “Effetá bautismal”?
¿O la oímos como quien oye llover. Oír la palabra no es simplemente informarme
de ella, sino saborear, meditar, gustar, asimilar, y proclamar esa palabra.
Porque Dios nos
dirige su palabra, para que nosotros la comuniquemos a los hermanos. Dios
siempre nos llama para una misión. ¿Somos conscientes de esta responsabilidad?
Porque, sí,
escuchar a Dios, implica, escuchar al hermano. Y volvemos a tomar nota:
Escuchar es escuchar con atención, incluso con interés y hasta con amor;
intentar comprender, acoger y aceptar lo que se escucha. Escuchar así, es
escuchar a Dios en el hermano.
Vivimos en una
sociedad donde oímos mucho, pero escuchamos poco. Algunos hablan de una
sociedad de “muchedumbres solitarias” ¡Qué necesidad sentimos
todos de ser escuchados!
En esta sociedad de internet, correo
electrónico, “chateo”, teléfono móvil,
auriculares aislantes, concentraciones masivas…, nos falta lo más importante,
una comunicación honda, personal, desinteresada, interhumana y realmente
humana. Volviendo al evangelio, quizás podemos decir que en nuestra sociedad
hay mucho “sordomudo”, es decir, personas que solo se oyen a sí mismas.
Desde esta
perspectiva, la palabra de Jesús nos dice “ábrete”: Despégate de tu egoísmo, de
tus prisas, de tu comodidad, “ábrete”,
escucha de verdad a tu esposa, a tu hijo, a tu amigo, al necesitado que
viene a ti sólo para que le escuches: al anciano, al pobre, al desconsolado…
Dios está
dispuesto siempre a escucharte, incluso, cuando llevas mucho tiempo sin
prestarle atención. Apenas te acercas y le hablas, te escucha de corazón y te
dice una palabra de amor y de luz. Haz
tú lo mismo.