-Textos:
-Is
50, 5-9a
-Sal 114, 1-6. 8-9
-St 2, 14-18
-Mc 8, 27-36
“Si alguno quiere venir en pos de mí, que se
niegue a sí mismo, tome su cruz y me
siga”.
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
Jesucristo hoy
nos invita a seguirle. Pero nos dice que para seguirle hemos de abrazar la
cruz.
La cruz a la
que se refiere no es propiamente de la cruz de cada día, de esa cruz de orden
natural propia de nuestra condición humana, que afrontamos inevitablemente para
poder vivir. Jesucristo se refiere sobre todo a otra cruz, a la cruz que supone
el ser cristianos de verdad. Es decir, la cruz que nos sobreviene por ser
fieles al evangelio, a sus enseñanzas, y fieles también al magisterio de la Iglesia.
Jesucristo nos pide ser cristianos de verdad, ser discípulos suyos incondicionales.
Porque en la
actualidad podemos decir que sí, que en España hay muchos bautizados, mayoría
sin duda, pero bautizados, que sean cristianos verdaderamente nos son
tantos.
Cristiano de
verdad es aquel que dice abiertamente que es cristianos y que lo demuestras con
sus obras. Lo hemos escuchado muy bien en la segunda lectura: “¿De qué le sirve a uno decir que tiene fe,
si no tiene obras?...Muéstrame esa fe tuya sin obras, que yo con mis obras te
mostraré la fe”.
En el evangelio
de hoy, Jesucristo es claro y contundente: “Si
alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me
siga. Porque, quien quiera salvar su
vida la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el evangelio, la
salvará”.
Tenemos que
reconocer que asumir un programa de vida como el que nos propone Jesús, hoy en
día, en la sociedad en que vivimos, es navegar contra corriente: dejar a un
lado el ir conforme a lo que se lleva,
se dice y se piensa; prescindir totalmente de lo que está bien visto por los
que se creen modernos y progres, y después ser libre, cargar con la cruz y seguir
a Jesús, para vivir conforme al Espíritu de Jesús recibido en el bautismo, no
es fácil; y aunque produce paz y satisfacción en la conciencia, no deja de ser
incómodo.
Pero no nos
asustemos, el Señor, que nos pide tanto, nos ofrece el secreto y el modo de
poder darle tanto y todo lo que nos pide.
Con este fin,
Jesús nos hace hoy a todos y cada uno
una pregunta, una consideración y una promesa: La pregunta es esta: “Vosotros, ¿Quién decís que soy yo?”. La
consideración, también en forma de pregunta: “¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma?
Y la promesa: “El que pierda su vida por
mí y por el evangelio la salvará”.
Estas palabras
meditadas y saboreadas, son como manantiales que riegan nuestra vocación bautismal.