domingo, 12 de septiembre de 2021

DOMINGO XXIV T.O. (B)

-Textos:

            -Is 50, 5-9a

            -Sal 114, 1-6. 8-9

            -St 2, 14-18

            -Mc 8, 27-36

 

Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a  sí mismo, tome su cruz y me siga”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Jesucristo hoy nos invita a seguirle. Pero nos dice que para seguirle hemos de abrazar la cruz.

La cruz a la que se refiere no es propiamente de la cruz de cada día, de esa cruz de orden natural propia de nuestra condición humana, que afrontamos inevitablemente para poder vivir. Jesucristo se refiere sobre todo a otra cruz, a la cruz que supone el ser cristianos de verdad. Es decir, la cruz que nos sobreviene por ser fieles al evangelio, a sus enseñanzas, y fieles también al magisterio de la Iglesia. Jesucristo nos pide ser cristianos de verdad, ser discípulos  suyos incondicionales.

Porque en la actualidad podemos decir que sí, que en España hay muchos bautizados, mayoría sin duda, pero bautizados, que sean cristianos verdaderamente nos son tantos. 

Cristiano de verdad es aquel que dice abiertamente que es cristianos y que lo demuestras con sus obras. Lo hemos escuchado muy bien en la segunda lectura: “¿De qué le sirve a uno decir que tiene fe, si no tiene obras?...Muéstrame esa fe tuya sin obras, que yo con mis obras te mostraré la fe”.

En el evangelio de hoy, Jesucristo es claro y contundente: “Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque, quien quiera  salvar su vida la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el evangelio, la salvará”.

Tenemos que reconocer que asumir un programa de vida como el que nos propone Jesús, hoy en día, en la sociedad en que vivimos, es navegar contra corriente: dejar a un lado el ir  conforme a lo que se lleva, se dice y se piensa; prescindir totalmente de lo que está bien visto por los que se creen modernos y progres, y después ser libre, cargar con la cruz y seguir a Jesús, para vivir conforme al Espíritu de Jesús recibido en el bautismo, no es fácil; y aunque produce paz y satisfacción en la conciencia, no deja de ser incómodo.

Pero no nos asustemos, el Señor, que nos pide tanto, nos ofrece el secreto y el modo de poder darle tanto y todo lo que nos pide.

Con este fin, Jesús nos hace hoy a todos y cada uno una pregunta, una consideración y una promesa: La pregunta es esta: “Vosotros, ¿Quién decís que soy yo?”. La consideración, también en forma de pregunta: “¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma? Y la promesa: “El que pierda su vida por mí y por el evangelio la salvará”.

Estas palabras meditadas y saboreadas, son como manantiales que riegan nuestra  vocación bautismal.