-Textos:
-Dt 6, 2-6
-Sal 7, 2-4. 47. 51ab
-Heb 7, 23-28
-Mc 12, 28b-34
“Escucha
Israel”:
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos, todos:
Acabamos de
proclamar el evangelio en el que Jesús declara para todos los discípulos de
todos los tiempos el mandamiento principal: “Amarás
al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente,
con todo tu ser”. El segundo es este:
“Amarás a tu prójimo, como a ti mismo”.
Algunos
comentan que en este pasaje tan relevante de la Biblia, el primer mandamiento
viene precedido de otro primer mandamiento, cuya declaración tiene un tono
realmente imponente: “¡Es cucha, Israel”,
¡Escucha, pueblo de Dios”.
Es
importante amar, pero es igualmente importante escuchar a Dios. Difícilmente
podemos amar a Dios y al prójimo, si no escuchamos constantemente la palabra de
Dios, si no escuchamos a Dios.
Todos
tenemos la experiencia: para que los niños se desarrollen normales y felices es
imprescindible que crezcan en un clima de amor y escuchen palabras cargadas de
cariño. Los niños aprenden a amar porque unas palabras de afecto y unos gestos
llenos de cariño, les hace sentirse importantes y bien amados.
Podemos
amar porque somos amados, podemos amar a Dios y al prójimo, porque
previamente hemos sentido y
experimentado el amor de Dios y de nuestros prójimos.
Pero, ¿Cómo
y dónde experimentamos el amor de Dios? –Escuchando la palabra de Dios.
“Escucha
Israel”, “escucha pueblo de Dios!”.
Jesucristo,
con toda intención, y porque lo considera esencial, antes de responder a lo que
le pregunta el escriba, responde a lo que no le pregunta y dice: “El primero es: “Escucha Israel”. ¡Escucha!”.
Si escuchamos
a Dios, nuestro corazón puede oír palabras como éstas: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el
que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna.
Así, con
tanto amor, nos habla el Señor. Y así nosotros, como dice Santa Teresa de Jesús
despertamos a amar y nos hacemos capaces de
amar a Dios y amar al prójimo.
Si no
escuchamos a Dios, nuestro corazón se hace una piedra insensible al amor de
Dios e incapaz de amar al prójimo. Pero,
si escuchamos a Dios, el amor de Dios rebosa en nuestros corazones, y nuestro
corazón se transforma en corazón de carne, amoroso y
capaz de amar.
Y Dios, que
sabe que podemos amar, nos manda que amemos, que amemos a Dios sobre todas las
cosas y al prójimo como a nosotros mismos.
No nos
exige lo que no podemos, nos muestra su amor, nos da poder amar y luego nos
manda que amemos.
Pero
previamente nos ha dicho que escuchemos: “¡Escucha
Israel, escucha pueblo de Dios, escucha mi Palabra”.