-Ap 7, 2-4. 9-14
-Sal 23, 1-6
-Jn 3, 1-3
-Mt. 5, 1-12ª
“Después de esto apareció en la visión una
muchedumbre inmensa”
Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
En la fiesta de Todos los Santos celebramos una victoria. Victoria
noble y preciosa. Son gloria de Dios, porque han cumplido su voluntad, son
éxito de Cristo, porque creyeron en él, siguieron sus pasos e hicieron
obras buenas y beneficiosas para ellos y para la humanidad entera.
-Además son hermanos nuestros, hombres y mujeres como nosotros. Ellos
nos sacan a la luz lo mucho bueno que hay en el corazón humano, en el corazón
de todos. Supieron escuchar la voz de
Dios que resonaba en su conciencia, la siguieron y ahora son felices con Dios
en el cielo.
Son hombres y mujeres como nosotros, son hermanos nuestros. Algunos
hicieron obras admirables y experimentaron gracias extraordinarias, y la
Iglesia los ha elevado a los altares.
Pero la mayoría han pasado inadvertidos, son santos que dice el papa
Francisco del portal de al lado. Ellos y ellas han dado lo mejor de sí mismos
atendiendo a los hijos, y también a los padres o abuelos ancianos, dieron lo
mejor de ellos mismos en las circunstancias cotidianas de la vida. Pero Dios estaba
presente en su conciencia y en su vida y en su casa y en el trabajo.
Sin duda tuvieron defectos, pero supieron reconocerlos y pedir perdón
y renovar de nuevo su empeño de cumplir su deber, de servir y de ayudar en lo
posible al prójimo necesitado.
Los santos nos está diciendo que el camino de la verdadera felicidad
pasa por cumplir la voluntad de Dios, tener en cuenta sus mandamientos y dejarse
llevar del programa de las bienaventuranzas.
¿Estamos convencidos de esto? Ser creyente es creer esta verdad. Y ¿Cuál
es la voluntad de Dios? Que sigamos a Jesús, que pensemos y practiquemos los
diez mandamientos y las bienaventuranzas.
Los santos que hoy celebramos nos están diciendo que esto es posible,
está a nuestro alcance; y que esto es el camino seguro de la verdadera
felicidad, ya aquí en este mundo. Es posible vivir cumpliendo la voluntad de
Dios, es posible pensar y vivir conforme a las bienaventuranzas: Ser humildes,
serviciales, limpios de corazón y sinceros; sacrificados y misericordiosos,
valientes en defender la justicia y generosos en compartir los bienes, saber
pedir perdón y perdonar, dispuestos a ayudar al necesitado y aliviar el dolor
del que sufre…, -En una palabra, vivir la vida según los criterios de las
bienaventuranzas y del evangelio de Jesucristo proporciona una paz y felicidad
hondas ya en este mundo, y aseguran la
vida eterna del cielo, y nos proporciona la esperanza cierta de que un día
llegaremos nosotros a estar con ellos en el cielo.