-Textos:
-Ba 5, 1-9
-Sal 125, 1b-6
-Fil 1, 4-6. 8-11
-Lc 3, 1-6
“Preparad el
camino al Señor”
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
¡Qué deseable y
qué entrañable es el tiempo de adviento! Estamos llenos de deseos, de deseos y
de insatisfacciones, de deseos insatisfechos. Y qué gracia tan grande es la que
se nos ha dado, al menos a todos los que estamos aquí: desear que venga el
Señor; que venga a nuestro corazón, a
nuestra familia, a nuestra comunidad.
Estos días,
cuántos miles de desplazamientos, de la ciudad al campo, a la playa, a las
casas rurales, a los hoteles; salir, salir, salir de nosotros mismos, de
nuestras ocupaciones, de nuestra
preocupaciones, dejar de lado nuestros miedos a la pandemia, nuestras angustias
por el encarecimiento de los gastos y la penuria de los ingresos… Es natural
buscar estas salidas, y dichosos los que pueden hacerlas y vuelven más
descansados y sin lamentar ninguna desgracia. Es el puente de la Constitución o
de la Inmaculada.
A nosotros se
nos ha concedido la gracia de desear vivir el adviento, esperar que el Señor
vuelva, que venga a nuestro corazón, a nuestra familia, a nuestra comunidad.
No es
incompatible la salida buscando descanso, y el adviento cristiano suspirando y
pidiendo que venga el Señor. “Una voz
grita en el desierto: Preparad el camino al Señor, allanad su sendero”.
Las salidas y
los cambios de ambiente pueden sernos beneficiosos, pero son pasajeros, si
logramos que en este tiempo de adviento y navidad quedemos más llenos de Dios y crecemos en el
amor y en la virtud, esta gracia es duradera, no se pasa fácilmente porque es
gracia que responde a deseos del corazón, y se posa en fondos profundos del
espíritu humano: “Nos hiciste, Señor para ti, y nuestro corazón está
inquieto hasta que descanse en ti”.
Ojalá, queridos
hermanos, ojalá que todos los que salen y viajan para pasar el largo puente de
la Inmaculada y los que nos quedamos en casa: todos los que formamos parte del
pueblo de Dios, escuchemos la voz del Señor y supliquemos con todas las fuerzas
que venga el Señor Jesucristo, a cada uno de nosotros y a nuestro mundo; que no
nos quedemos solo en salir de viaje, en comprar regalos y calcular los gastos
de las comidas y cenas que podemos hacer en esta navidad.
Y aquí estáis
vosotras queridas hermanas benedictinas, desde vuestra vida contemplativa y
vuestra vocación orante abriendo los ojos de la fe a todos cuantos venimos a
celebrar el domingo en vuestra casa, y a toda la gente que sabe de vuestra
vida, para decir cuál es la verdadera sed que todos sentimos, y los verdaderos
deseos y aspiraciones a los que debemos hacer caso: “Una voz grita en el desierto: Preparad el camino al Señor, allanad su
sendero”.
Y si alguno de
nosotros quiere vivir el adviento y pregunta qué tengo que hacer, decidle,
hermanas, y yo también tengo el deber de decirle, lo que san Pablo nos dice hoy
en su Carta: “Que vuestro amor siga creciendo más y más en penetración y
sensibilidad para apreciar los valores”. Es decir, para apreciar y buscar los valores verdaderos, los
que Jesucristo propone en el evangelio: tales como la bondad, la justicia, la
misericordia, la cercanía al marginado, la generosidad, el desprendimiento, la
gratuidad”.