-Mi 5,
1-4ª
-Sal
72, 2ac. 3b. 15-16. 18-19
-Heb
10, 5-10
-Lc 1,
3-45
“¡Dichosa tú, que has creído!”
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
El próximo
sábado Navidad.
La liturgia de
este cuarto domingo de adviento nos pone en las mejores condiciones para vivir
el misterio de la Navidad desde su más genuino significado. Y nos sitúa ante la
escena tan humana y tan familiar de la
Visitación de la Virgen María a su prima santa Isabel.
“¡Dichosa tú, que has creído!” Va a ocurrir
el acontecimiento más trascendental de la historia: el Hijo eterno de Dios va a
asumir la naturaleza humana para conducirnos a todos por el camino que lleva a
la salvación. Y este admirable proyecto de Dios va a poder llevarse a cabo
gracias a la fe de la Virgen. Cuando el ángel le anunció que el Espíritu Santo
iba a actuar milagrosamente en ella para hacerla Madre de Dios, ella se fio de
Dios y dijo “sí”, “hágase en mí según tu
palabra”.
Queridos
hermanos, ¿cómo nos preparamos para celebrar esta Navidad?
El problema
número uno de esta Navidad para muchos consiste en la subida astronómica de la
cesta de la compra, y la cuestión del aforo para las reuniones familiares. El
covid, con razón, es una amenaza y crea preocupaciones. El ir a misa del Gallo,
a la misa solemne de Navidad, de domingos y de la fiesta de Año Nuevo y Reyes,
dejamos para “si queda tiempo”. La bendición de la mesa en la reunión familiar, que sea breve o mejor no hacerla, para no crear tensión en alguno de
los miembros de la familia.
En el evangelio
que hemos escuchado, Isabel da en la clave del misterio cuando felicita
alborozada a María y le dice: “¡Dichosa
tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”.
Queridas
hermanas y queridos hermanos todos: ¡Qué gracia tan preciosa es la gracia de la
fe! Por la fe nos viene la capacidad de amar como Jesucristo nos ama; por la fe
se nos despierta en grado sumo la sensibilidad para con los pobres. Cáritas nos
dice hoy: “Sé el mundo que quieres” (que sueñas). “De ti nace el cambio”. La fe
despierta en nosotros el impulso de trabajar en favor de la justicia desde el
amor y no desde el resentimiento; la fe se nos abre el horizonte de una vida eterna;
gracias a la fe disfrutamos de la ternura, la verdad y la belleza que encierra el misterio de la
Navidad.
Nosotros, esta
mañana, contemplando a la Santísima Virgen y escuchando a Isabel, descubrimos
que Jesucristo es el corazón y el alma
de la Navidad, la fuente de la verdadera alegría y el fuego que anima la vida
de familia, las relaciones sociales de las navidades y de todos los días del
año.
De la mano de
la Virgen María nos acercamos al altar, hacemos el propósito de volver a la
eucaristía en la Noche Buena y, sobre todo, en la fiesta de Navidad, y damos
gracias a Dios por el don precioso de la fe.