viernes, 3 de diciembre de 2021

FESTIVIDAD DE SAN FRANCISCO JAVIER

-Textos:

            -Is 52, 7-10

            -Sal 95, 1-3. 7. 8a. 10

            -1 Co 9, 16-19. 22-23

            -Mt 28, 16-20

 ¡Ay de mí, si no anuncio el evangelio!”

Fiesta de la iglesia universal y fiesta de la iglesia navarra.

Dos palabras sacadas de la liturgia de esta fiesta y dos breves consideraciones.

La primera: “El hecho de predicar no es para mí motivo de soberbia. No tengo más remedio, y ¡hay de mí, si no anuncio el evangelio!”.

Esta confesión sincera y propia de  san Pablo retrata muy bien el espíritu  y la vida de san Francisco Javier: En una de sus cartas escribe: “Los cristianos nativos, privados de sacerdotes, lo único que saben es que son cristianos. No hay nadie que celebre para ellos la misa, nadie que les enseñe el Credo, el Padrenuestro, el Avemaría o lo mandamientos de la ley de Dios. Por eso, desde que he llegado aquí, no me he dado momento de reposo… Los niños no me dejaban recitar el Oficio divino, ni comer ni descansar…”. Basta este breve párrafo para vislumbrar el espíritu, la fe y el celo que animaba la vida  y el alma de san Francisco Javier.

Demos gracias a Dios por san Francisco Javier: el Espíritu de Dios, el Espíritu Santo, hace milagros. Porque milagro es que una criatura humana, igual que nosotros, bautizada como nosotros, haya respondido tan admirablemente a la gracia bautismal y a la vocación que más tarde recibió por medio de san Ignacio de Loyola a la misión de anunciar el evangelio .

La gracia del Espíritu santo, la llamada de Dios, tiene fuerza para ganar el corazón de los creyentes  y en grado que llena de sentido y entusiasmo la vida del agraciado y la hace  ejemplar y beneficiosa para la Iglesia y para el mundo.

La segunda palabra la tomamos de la lectura de Isaías: “Qué hermosos sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la buena noticia, que pregona la victoria, que dice a Sión: “Tu Dios es Rey”.

Hermanas y hermanos: No sé si los que nos decimos cristianos somos suficientemente conscientes del valor y el tesoro inmenso que es la fe; de las ventajas que tiene creer en Jesucristo y de la manera de entender  y vivir la vida que nos proporciona la fe en él y su evangelio.

Venimos de Dios, vamos a Dios, Jesucristo es el Camino la verdad y la vida. Dios no es justiciero, ni coarta nuestra libertad; “no quiere la muerte del pecador, sino de que se convierta y viva”; la muerte es cierta, pero no tiene la última palabra, porque  Dios nos prepara una vida feliz, eterna, con él y con los santos. Ante Jesús crucificado aprendemos que hasta el sufrimiento puede ser redentor; y más cosas, por ejemplo, que la adición incontrolada al dinero no garantiza la felicidad, y sin embargo, que amar y ayudar al débil y al necesitado merece la pena y proporciona alegría y paz en el alma; que si nos apoyamos en Jesucristo podemos perdonar  a los que nos ofenden; y  en definitiva, que creer en Jesucristo y en su proyecto evangelizador, es fuente y fundamento de un mundo verdaderamente humano y humanizador, que está a nuestro alcance, y  que pone en nuestras manos un programa, una herencia preciosa, para transmitir a nuestro hijos y a la sociedad entera.

Demos gracias a Dios por el ejemplo que nos da San Francisco Javier, demos gracias a Dios por el regalo precioso de la fe que hemos recibido, y hagámonos apóstoles de Jesucristo y su evangelio,  en casa, en la calle en el trabajo, en toda circunstancia, como Francisco de Javier: ¡Hay de mí, si no anuncio el evangelio!