-Textos:
-Is 52, 7-10
-Sal 95, 1-3. 7. 8a. 10
-1 Co 9, 16-19. 22-23
-Mt 28, 16-20
“¡Ay de
mí, si no anuncio el evangelio!”
Fiesta de la
iglesia universal y fiesta de la iglesia navarra.
Dos palabras sacadas
de la liturgia de esta fiesta y dos breves consideraciones.
La primera: “El hecho de predicar no es para mí motivo
de soberbia. No tengo más remedio, y ¡hay de mí, si no anuncio el evangelio!”.
Esta confesión
sincera y propia de san Pablo retrata
muy bien el espíritu y la vida de san
Francisco Javier: En una de sus cartas escribe: “Los cristianos nativos,
privados de sacerdotes, lo único que saben es que son cristianos. No hay nadie
que celebre para ellos la misa, nadie que les enseñe el Credo, el Padrenuestro,
el Avemaría o lo mandamientos de la ley de Dios. Por eso, desde que he llegado
aquí, no me he dado momento de reposo… Los niños no me dejaban recitar el
Oficio divino, ni comer ni descansar…”. Basta este breve párrafo para vislumbrar
el espíritu, la fe y el celo que animaba la vida y el alma de san Francisco Javier.
Demos gracias a
Dios por san Francisco Javier: el Espíritu de Dios, el Espíritu Santo, hace milagros.
Porque milagro es que una criatura humana, igual que nosotros, bautizada como
nosotros, haya respondido tan admirablemente a la gracia bautismal y a la
vocación que más tarde recibió por medio de san Ignacio de Loyola a la misión
de anunciar el evangelio .
La gracia del
Espíritu santo, la llamada de Dios, tiene fuerza para ganar el corazón de los
creyentes y en grado que llena de
sentido y entusiasmo la vida del agraciado y la hace ejemplar y beneficiosa para la Iglesia y para
el mundo.
La segunda
palabra la tomamos de la lectura de Isaías: “Qué hermosos sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la
paz, que trae la buena noticia, que pregona la victoria, que dice a Sión: “Tu
Dios es Rey”.
Hermanas y
hermanos: No sé si los que nos decimos cristianos somos suficientemente
conscientes del valor y el tesoro inmenso que es la fe; de las ventajas que
tiene creer en Jesucristo y de la manera de entender y vivir la vida que nos proporciona la fe en
él y su evangelio.
Venimos de
Dios, vamos a Dios, Jesucristo es el Camino la verdad y la vida. Dios no es
justiciero, ni coarta nuestra libertad; “no quiere la muerte del pecador, sino
de que se convierta y viva”; la muerte es cierta, pero no tiene la última
palabra, porque Dios nos prepara una
vida feliz, eterna, con él y con los santos. Ante Jesús crucificado aprendemos que
hasta el sufrimiento puede ser redentor; y más cosas, por ejemplo, que la
adición incontrolada al dinero no garantiza la felicidad, y sin embargo, que
amar y ayudar al débil y al necesitado merece la pena y proporciona alegría y paz
en el alma; que si nos apoyamos en Jesucristo podemos perdonar a los que nos ofenden; y en definitiva, que creer en Jesucristo y en
su proyecto evangelizador, es fuente y fundamento de un mundo verdaderamente
humano y humanizador, que está a nuestro alcance, y que pone en nuestras manos un programa, una
herencia preciosa, para transmitir a nuestro hijos y a la sociedad entera.
Demos gracias a
Dios por el ejemplo que nos da San Francisco Javier, demos gracias a Dios por
el regalo precioso de la fe que hemos recibido, y hagámonos apóstoles de
Jesucristo y su evangelio, en casa, en
la calle en el trabajo, en toda circunstancia, como Francisco de Javier: ¡Hay de mí, si no
anuncio el evangelio!