domingo, 30 de enero de 2022

DOMINGO IV T.O. (C)

-Textos:

            -Jer 1, 4-5. 17-19

            -Sal 70, 1-4ª. 5-6b. 15ab. 17

            -1 Co 12, 31-13, 13

            -Lc 4, 21-30

“Os digo que ningún profeta es bien aceptado en su pueblo”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos, todos:

¿En qué Dios creemos? ¿Qué idea de Dios influye en mis decisiones, cuando pido un trabajo o cambio de piso, o doy una limosna o voy a comprar una prenda?

Con esto de la pandemia, hay algunos que  han llegado a pensar: ¿por qué Dios no hace un milagro? Si puede, por qué consiente tanto mal y sufrimiento? Y alguno incluso toma esta protesta como una excusa para descolgarse de la fe.

En el evangelio de esta mañana nos sorprende a todos las reacciones tan dispares y extremas que tomaron frente a Jesús los asistentes a la sinagoga de Nazaret.

Primero, dice el evangelio, “Todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de su boca”. Pero, luego sus paisanos lo rechazan hasta el punto de echarlo de la sinagoga e intentar apedrearlo.

¿Cómo se explican estas reacciones tan extremas y tan opuestas?

En el fondo, se explican por la idea diametralmente opuesta que los nazarenos tienen de Dios del Mesías y de sí mismos, y la que tiene Jesús de Dios, de sí  mismo y de su misión.

Los habitantes de Nazaret, por ser israelitas, piensan  que Dios está de su  parte, y que se manifiesta haciendo milagros a su favor. Del Mesías piensan que va a venir a liberar a Israel del  poder romano, hasta hacer de Israel una nación grande y fuerte frente a los demás pueblos.

Jesús sin embargo, piensa que él ha venido a hacer la voluntad de su Padre; y que su Padre quiere salvar a todos los hombres por medio del amor. Y los ha creado libres y responsables, colaboradores suyos en la obra de la creación, para establecer su Reino mediante el amor, y lograr un cielo nuevo y una tierra nueva.

Los de Nazaret quieren un Dios a su medida, plegado a sus afanes de poder, grandeza y bienestar materiales. Y para eso, que Dios haga milagros, y el Mesías que se imponga por la fuerza y los haga ricos y poderosos.

Jesús, por el contrario, obediente a su Padre, habla de amar y servir, y nos llama a que  creamos, como él, en un Dios que es amor, y que da la vida por amor.

Por eso, Jesús llama a que todo el mundo, hombres y mujeres,  creamos en el amor que da la vida, en la libertad y en la responsabilidad. Nos presenta un Dios no a nuestra medida y según nuestros deseos humanos y demasiado humanos, sino a un Dios que nos sobrepasa, nos sobrecoge, por tanto amor que nos tiene; un Dios que nos ha enviado a su propio Hijo. Y este Hijo suyo, venido a la tierra, nos propone amar como él nos ama, nos manda trabajar libre y responsablemente por un mundo mejor, nos invita  implantar su Reino, un cielo nuevo y una tierra nueva.

Queridos hermanos todos, el Choque entre Jesucristo y sus paisanos de Nazaret es frontal. Quisieron despeñarlo.

Pensemos en los que ante la desgracia de la pandemia exigen a
Dios, milagros, y si no, se desapuntan de la Iglesia y de la fe en Dios.

Pensemos en nosotros: Siempre con confianza y humildad, podemos pedir milagros;  pero lo que Jesucristo nos pide primero y principalmente es cumplir la voluntad de Dios, ser responsables y amar. Amar con un amor como el que san Pablo nos propone en la segunda lectura.

 

domingo, 23 de enero de 2022

DOMINGO III T.O. (C)

-Textos:

            -Neh 8, 2-4a. 5-6. 8-10

            -Sal 18, 8-10. 15

            -1 Co 12, 12-30

            -Lc 1, 1-4. 4, 14-21

 “Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír”        

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Tres notas caracterizan la identidad cristiana: Jesucristo, la Iglesia y la Palabra de Dios. La fe en Jesucristo, la pertenencia y la participación en la Iglesia, y la escucha y práctica de la palabra de Dios.

 Os invito, en primer lugar, a poner la atención en las palabras finales del evangelio: “Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír”.

¿Qué ha ocurrido, qué se cumple hoy? -Que Dios  Padre ha cumplido su promesa de enviar al Mesías, al Salvador de Israel y de la humanidad entera. Isaías había predicho cuatro siglos antes: “El Espíritu del Señor está sobre mí, me ha ungido, me ha enviado para   dar la buena noticia a los pobres…”. Jesús lee estas palabras y dice con toda claridad y valentía: “Esto se cumple hoy en mí”.

Hermanas y hermanos, hoy nosotros estamos invitados también a clavar los ojos en Jesús, y decir; “Sí, Señor, creo  en ti. Sólo tú tienes palabras de  vida eterna”.

Segundo elemento de la identidad cristiana: La Iglesia, la comunidad de creyentes seguidores de Jesús:

“Pues bien, hemos oído en la segunda lectura, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro”.

Queridas hermanas y queridos hermanos: Hemos recibido el bautismo, hemos sido consagrados sacerdotes, profetas y reyes; somos Iglesia, Cuerpo místico de Cristo. Todos y cada uno de nosotros tenemos una vocación y una misión en la Iglesia. Y esto no es una carga, sino un encargo, un servicio, una responsabilidad. Los ministerios son muy variados, todos muy valiosos y necesarios: la oración contemplativa, la familia, la profesión y el trabajo, la dedicación a los pobres, y marginados, el anuncio del evangelio a los no bautizados, y muchos más. No es que no haya muchos cristianos bautizados, lo que falta es bautizados conscientes y contentos de ser cristianos, miembros de un pueblo para anunciar a Cristo y a su evangelio.

Y tercer elemento de nuestra identidad, la escucha de la Palabra de Dios.

Qué relato más interesante el de la primera lectura: Un pueblo que viene del exilio, que encuentra su país abandonado, el templo destruido, los campos ocupados por otros que no son propietarios. En medio de esa desolación los lideres convocan al pueblo, abren la biblia y la proclaman: El pueblo ve cómo la Palabra de Dios enardece su ánimo, llora de emoción y de alegría, es Dios mismo quien les habla, lo sienten presente y con ellos. En la medida que escuchan, sienten que  recobran su fe, y con  la fe, su identidad  de pueblo de Dios. “No estéis tristes, ni lloréis—Id y comed buenos manjares… invitad a los que no tienen nada preparado… Este es el día consagrado al Señor. No estéis tristes; el gozo del Señor es vuestra fuerza”.

Queridos hermanos todos: Estos son  los efectos que produce la Palabra de Dios, proclamada en comunidad, en asamblea, en Iglesia. Cambia el ánimo y recupera el sentido de nuestra fe, nos transforma en hermanos, en hijos de Dios y miembros del Cuerpo místico de Cristo.

La fe en Jesucristo, la Iglesia, la palabra de Dios: Estos tres elementos esenciales, se nos dan en el domingo y en la eucaristía, que es el corazón del domingo.

¿Queréis poner en peligro vuestra identidad cristiana, y perder el secreto y la alegría de creer en Jesucristo? Dejad la misa y descuidad el domingo.

¿Queréis vivir alegres y agradecidos de ser cristianos y transmitir con entusiasmo el evangelio de Jesús? – Respetad el domingo y participad en la eucaristía, que es el corazón del Día del Señor.

 

 

domingo, 16 de enero de 2022

DOMINGO II T.O. (C)

-Textos:

            -Is 62, 1-5

            -Sal 95, 1-3. 7-8ª. 9-10ac

            -1 Co 12, 4-11

            -Jn 2, 1-11

 

 Así  se manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Hoy el Señor nos invita a un banquete de bodas. No sé con qué estado de ánimo nos encontramos cada uno. La pandemia quizás nos ha impregnado de preocupaciones y de precauciones, incluso de miedo, y también de tristeza.

No sé si la pandemia nos ha propiciado acudir a Dios, sea para pedirle ayuda, sea para estimular nuestra responsabilidad para poner nuestro esfuerzo y nuestro grano de arena para combatirla.

Pero lo cierto es que hoy Jesucristo nos propone participar en un  banquete de bodas para llenar nuestra vida de alegría.

El evangelio de las Bodas de Caná, tan conocido por todos,  tiene un significado profundo que a veces se nos escapa. El evangelista Juan ha convertido un acontecimiento tan habitual como una boda, en un signo, en una señal que nos revela que Dios, por fin cumple su promesa de una alianza nueva y definitiva con la humanidad entera. Él, presente en Jesús, es el esposo que viene a desposarse con la humanidad, como esposa.  Para salvarla, para ponerla en camino de Salvación. Y esto lo realiza por Jesucristo, el Mesías prometido, y que por fin ha llegado y aparece en público en esta boda de familia.

Isaías había profetizado, palabras tan esperanzadores como estas: “Preparará el Señor…un festín de majares suculentos, un festín de vinos de solera; manjares exquisitos, vinos refinados. Y arrancará en este monte el velo que cubre a todos los pueblos…”.

La verdad es que estas palabras tan alentadoras no se habían cumplido todavía en el pueblo judío. En  tiempo de Jesús, el pueblo judío, en su mayoría, vivía una fe acartonada, empeñado en cumplir un cúmulo aplastante de leyes, preocupado por lo mandado y lo prohibido, lo puro y lo impuro.

Pero llegó Jesús, y aparece como invitado en un banquete de bodas, donde se acaba el vino. El vino, que como bebida templa el ánimo de los bebedores, y como metáfora es símbolo de la alegría, de las ganas de vivir y de la amistad, símbolo de los dones y de las bendiciones de Dios. Este vino divino, cuando llega Jesús, se había agotado en la mayoría de los creyentes de Israel. Y Jesús, animado por su madre, la Virgen María, hace el milagro, convierte el agua para ritos y purificaciones, en vino de alegría, de fiesta y amistad.

Para que todos los hombres y mujeres, judíos y no judíos, todos podamos pensar que se ha cumplido la profecía de Isaías: “Un festín de manjares suculentos y vinos de solera”.

Dios es fiel, ha cumplido su Alianza. La cumple en Jesucristo. Jesucristo es el Mesías prometido, el Salvador del mundo. Es el camino y la verdad y la vida. Quien cree en él no anda en tinieblas”. El papa Francisco tiene una frase afortunada: “Donde está Jesús siempre nace y renace la alegría”. Él es nuestra esperanza. Por más que la pandemia  sed resista a desaparecer, por más que la situación social, religiosa y económica nos parezcan sombrías y difíciles, con Jesucristo, si tenemos fe en él, siempre hay esperanza; con él, Dios es capaz de abrir caminos en el mar y ríos en la estepa.

Y Jesucristo, hoy, a nosotros, nos invita a participar en el banquete de la eucaristía, nos invita a compartir su cuerpo y su sangre, infinitamente mejores que los más suculentos manjares y los más sabrosos vinos.

domingo, 9 de enero de 2022

FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR

-Textos:

            -Is 40, 1-5. 9-11

            -Sal 103, 1b-4. 24-25. 27-30

            -Ti 2, 11-14; 3, 4-7

            -Lc 3, 15-16. 21-22

 Tú eres mi Hijo, el amado, en ti me complazco”

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Domingo, fiesta del Bautismo de Jesús. Termina el tiempo de Navidad, quitaremos los belenes, pero comienza el tiempo, que llamamos desde el punto de vista litúrgico, el tiempo ordinario.

Hoy, como primer día del curso, contemplamos la escena del Bautismo de Jesús. Dos rasgos descubren la actitud de Jesús ante su bautismo de penitencia.

Primero la humildad: Jesús no tiene inconveniente en aparecer como pecador sin serlo, porque tiene verdadero deseo de acercarse a los pecadores para liberarlos de sus pecados.

En segundo lugar, Jesús en el acto de recibir el bautismo esta en oración.

En ese momento de humildad y de oración, el Espíritu Santo y su Padre Dios, exaltan a Jesús y lo presentan al mundo en su verdadera condición divino-humana y en su misión: Hijo de Dios y Mesías para anunciar el Reino de Dios.

Pongamos la atención en lo que Dios Padre dice en ese momento: -“Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco”.

Dios Padre con estas palabras presenta a su Hijo al mundo. Pero no son palabras puramente informativas, son  palabras extraordinariamente afectivas, entrañables, cálidas. Dichas de corazón a corazón. Jesús entiende que su Padre le encomienda una misión, pero Jesús percibe y siente que su Padre le habla de corazón a corazón; palabras que le encomiendan una responsabilidad, pero que le llenan del fuego del Espíritu Santo, porque, sobre todo, son palabras de amor.

Todos los que estamos aquí, creo, estamos bautizados. Si tuviéramos que explicar qué es nuestro bautismo podríamos responder: -“Esto hizo Dios en mi bautismo: -“Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco”.

Son palabras que encomiendan una responsabilidad y una misión. Pero, además, son palabras de amor y de amor apasionado; de corazón a corazón, que mueven la libertad y encienden el corazón con el fuego vivo del Espíritu Santo.

Responsables, sí, pero sobre  todo y primero, felices y contentos de sentirnos amados Dios, y objeto del cariño de Dios y sintiendo que somos su encanto y su divino orgullo.

A veces nos achacan a los cristianos de que damos la impresión de que cumplimos obligaciones y normas, pero no mostramos alegría de vivir y de ser felices con nuestra condición de cristianos y católicos.

El bautismo nos da una responsabilidad, pero también y sobre todo, nos hace hijos adoptivos de Dios. Hijos en el Hijo Jesucristo.

¿Cómo hacer para vivir nuestra vocación bautismal no solo como responsabilidad, sino además con la  fuerza y el fuego del Espíritu Santo que me anima y que da lugar a que realice mi vocación con una alegría que interpela y contagia y me hace apóstol y evangelizador en esta sociedad secularizada y pagana en la que vivimos?

Miremos a Jesús: primero, es humilde hasta solidarizarse con los pecadores. Segundo, Jesús oraba: inmerso en las aguas bautismales, reza y ora.

Humildad y oración nos disponen de la mejor manera para vivir nuestra fe con alegría.

 ¿Pero hemos asumido la responsabilidad que supone la vocación bautismal?

Meditemos muchas veces estas palabras de Jesús como dirigidas a cada uno de nosotros: -“Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco”.

Para que nuestra fe no sea solo una fe de compromiso y obligaciones, sino primero y sobre todo, de alegría, felicidad y entusiasmo. Somos hijos predilectos de Dios.

Y esta mañana Dios nuestro Padre nos invita al banquete con su Hijo predilecto: Jesucristo.

 

jueves, 6 de enero de 2022

FIESTA DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR

-Textos:

            -Is 60, 1-6

            -Sal 71, 2. 7-8. 10-11. 12-13

            -Ef 3, 2-3ª. 5-6

            -Mt 2,  1-12

 “¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

"Día de los Reyes," se oye en la calle; Fiesta de la Epifanía del Señor", decimos nosotros.

“Los Magos de Oriente buscaron al Salvador en el medio natural que ellos conocían, en las estrellas, y el Salvador se les manifestó. Mejor que magos habría que llamarlos sabios. Sabios porque sabían el arte de descubrir la huella de Dios o las señales con las que Dios nos va señalando el camino de la fa felicidad y la salvación.

¡Como necesitamos, queridos hermanos, para nosotros mismos y para educar a nuestros niños, cómo necesitamos, la verdadera sabiduría, la sabiduría de los Magos del Evangelio! Saber mirar al cielo y a los acontecimientos diarios de nuestro trabajo y de nuestra vida ordinaria: saber mirar con ojos limpios y preguntar por las huellas de Dios, las señales que Él nos emite continuamente. Dios habla siempre, pero hay que estar atentos para escucharlo. Los Magos del evangelio  vieron en una estrella la señal de Dios. Y era ciertamente una señal de Dios.

Hoy, nuestros niños, los que esperan los regalos de los reyes juegan con videojuegos  de héroes salvadores, que se defienden o se hacen amigos de otros héroes que vienen de otros mundos, y que manejan máquinas y realizan acciones mágicas con efectos que deslumbran y aturden.

Logramos fácilmente  introducir a nuestros niños, tan bien dotados para la admiración y la fantasía, en un mundo mágico, pero irreal. Pero para muchos de nosotros es más difícil iniciar a los niños en el arte, en la sabiduría de mirar el mundo y descubrir en él la huella de Dios. Les hablamos de magia, pero no les iniciamos en la fe que descubre que “Los cielos proclaman la gloria de Dios; y el firmamento pregona las obras de sus manos”; o que Jesucristo es verdaderamente “el camino, la verdad y la vida”, para todos.

Sabemos qué carreras son más buscadas y qué negocios rinden más dinero. Enseñamos a los niños un mundo útil, técnico y científico. Pero nos sentimos inseguros cuando hablamos de Dios a nuestros niños; y aún nos cuesta más despertar al sentido religioso de la vida y facilitarles el encuentro con Jesús.

Los Magos del evangelio buscan sinceramente a Dios, y lo buscan en los fenómenos de la naturaleza. Para ellos la naturaleza no es un puro objeto para investigar o explotar: la naturaleza habla de Dios. Es un primer paso. Pero además, -es el segundo paso- , miran la naturaleza desde la Palabra de Dios. Ellos han oído hablar de un Salvador y ellos preguntan a los que conocen la Escritura, la Ley y los Profetas.

Así descubren las huellas de Dios, y ellos encuentran, reconocen y adoran a Jesucristo, el Salvador del mundo.

Escuchar la Palabra de Dios, primero, y saber descubrir consecuentemente en la naturaleza, en los acontecimientos y en las personas las huellas de Dios: Estos son los regalos básicos y más importantes que podemos hacer a nuestros niños, para que no sean magos, ni sólo productores y consumidores, sino sabios, porque saben descubrir en la vida  la verdadera felicidad, la felicidad de encontrar a Dios y a Jesucristo Salvador de todos los hombres.

 

 

 

domingo, 2 de enero de 2022

DOMINGO II DE NAVIDAD

-Textos:

            -Eclo 24, 1-2. 8-12

            -Sal 147, 1-13. 19-20

            -Ef 1, 3-6. 13-18

            -Jn 1, 1-18

 “Pero a cuantos lo recibieron, le dio poder de ser hijos de Dios”/ “Para que fuéramos santos e irreprochables ante él por el amor”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Permitidme una pregunta: ¿Qué sentido tiene nuestra vida?. El Concilio Vaticano II tiene un  párrafo que debiéramos saber todos de memoria: “Cada vez son más los que plantean con una agudeza nueva las cuestiones totalmente fundamentales: ¿Qué es el hombre? ¿Cuál es el sentido del dolor, del mal, de la muerte, que, a pesar de tantos progresos, todavía siguen subsistiendo?... ¿Qué seguirá después de esta vida terrena?... -La Iglesia cree que Cristo muerto y resucitado por todos, da al hombre luz y fuerzas.., para que pueda responder a su  máxima vocación”.

Todavía, en la liturgia de este domingo,  estamos viviendo el rescoldo de la Navidad. Y los textos que hemos escuchado plantean y responden a estos interrogantes que son de siempre y en nuestro tiempo los ha hecho el Concilio.

Dios, en Jesucristo, se ha hecho hombre, Dios ha traspasado el abismo entre lo humano y lo divino. El misterio de la Navidad nos ha recordado a todos los hombres nuestra vocación; esa voz que resuena en lo más profundo del corazón del ser humano. San Agustín dijo un pensamiento conocido por todos: “Nos hiciste, Señor para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”.

Pero gracias al misterio de la Navidad, ese pensamiento adquiere un sentido mucho más pleno e ilusionante. En el prólogo de san Juan hemos escuchado: “A cuantos lo recibieron, les dio  poder de ser Hijos de Dios”. Hijos de Dios por el bautismo, hijos en el Hijo, dicen los teólogos. San Pablo lo dice mejor: “Vivo yo, pero no yo, es Cristo quien vive en mi”.

Nuestra vocación, la de todos, hombres y mujeres, es llegar a ser hijos de Dios; que la vida del Hijo de Dios, Jesucristo, transforme nuestra vida y la dirija hacia aquel objetivo, al que la voz del corazón nos llama: a ser hijos de Dios. El bautismo injerta en nosotros semillas de la vida del Hijo de Dios, Jesucristo, para que la vayamos cultivando y desarrollando  a lo largo de nuestra vida. Por eso, también, hemos escuchado hoy: Lo dice san Pablo: “(Dios) nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos e irreprochables  ante él por el amor”. Nuestra vocación es Cristo.

Hermanos, somos hijos de Dios en Cristo, y la tarea de nuestra vida es el amor, “ser santos e irreprochables por el amor”.

Se dice que hay cada vez más gente que no encuentra sentido a su vida; que este mal es causa de muchos suicidios, y que este mal afecta sobre todo a los jóvenes.

El Concilio Vaticano II lo dijo muy claro: -La Iglesia cree que Cristo muerto y resucitado por todos, da al hombre luz y fuerzas.., para que pueda responder a su  máxima vocación”. Y la liturgia de la Navidad ha dicho lo mismo desde hace dos mil años: “A cuantos lo recibieron, les dio  poder de ser Hijos de Dios”. Y con san Pablo: “(Dios) nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos e irreprochables  ante él por el amor”.

La pena es, pienso yo, que en estos tiempos, y en el año 2022, son muchos hombres y mujeres, adultos y jóvenes que no se hacen estas preguntas, han perdido la capacidad de hacérselas, o si les vienen al pensamiento las rechazan como inútiles e inservibles.

Sin embargo, estas preguntas son las más útiles y abren el espíritu humano para descubrir las ganas de vivir y el sentido de la vida: ¡Nuestra vocación y nuestra vida es Cristo! Merece la pena vivir, porque la tarea de la vida es amar, amar de verdad, como Cristo nos ha amado.

 

 

sábado, 1 de enero de 2022

SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA MADRE DE DIOS

-Textos:

         -Nú 6, 22-27

         -Sal 66, 2-3. 5. 6- y 8

         -Ga 4, 4-7

         -Lc 2, 16-21

“Cuando llegó la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer”.

Uno de Enero del 2022: queridas hermanas y queridos hermanos todos:

Hoy, primer día del año celebramos la fiesta de Santa María, Madre de Dios. Sí, también madre nuestra del cielo, pero principalmente Madre de Dios.

Mucha gente aún estarán desperezándose, algunos se habrán despertado y pensarán: “Un nuevo año, ¿será el año en que termina la pandemia? ¿Me irá mejor la salud, y el trabajo y la familia? ¿Y en la sociedad tendremos más tranquilidad y prosperidad? Y  ahí quedará todo; en ese pensamiento o en esos deseos vagos.

Pero los que tenemos la gracia de comenzar el año con la celebración de la eucaristía, nos  encontramos con la espléndida sorpresa de la fiesta de Santa María Madre de Dios.

El título  más grande que tiene la Virgen María, nuestra Madre del cielo. Es el título, fuente y fundamento de todos los demás títulos que adornan su persona y el misterio que la envuelve.

Porque María iba a ser y es, Madre de Dios fue inmaculada y sin mancha de pecado desde su concepción; porque iba a ser y es, Madre de Dios, fue declarada por su mismo Hijo en la cruz, Madre nuestra y de todos los hombres; porque es Madre de Dios fue ascendida a los cielos y coronada Reina. Porque es Madre de Dios, nosotros  los hijos de Dios por el bautismo, la reconocemos como Madre nuestra y Madre de la Iglesia.

Toda la grandeza que adorna la persona y el misterio de María proviene del milagro de Dios, que decidió encarnase y hacerse hombre en su Hijo, y quiso también nacer como hombre de una mujer.

Y porque quiso y podía hacerlo, derramó toda la sabiduría y todo el amor de su corazón en enriquecer a su madre con todas las prendas de virtud, de belleza, de verdad y de santidad que pueden caber en una criatura humana, en una mujer.

Hoy es un día, para mirar a la Virgen, y contemplarla. Escoger una imagen, la que más nos agrada y la que hemos mirado muchas veces a lo largo de nuestra vida.

Pero mejor, en silencio, en fe y en oración, traer a la memoria todo lo que de María nos dice la palabra de Dios, la que hoy hemos escuchado en la eucaristía. Y con la humildad y la sencillez de los pastores, pasar y pasear nuestra mirada creyente, de Jesús a María y de María a Jesús; y dar lugar a que nuestro corazón se impregne de una fe, un amor y una esperanza profundas, imborrables, para todo el año y para toda la vida.

Empecemos bien el año nuevo, atendamos a lo esencial.

La Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra, nos invita al mejor de los banquetes, la eucaristía, y al más dulce de los dulces, disfrutar, en oración, de la nuestra Madre del cielo, la Madre de Dios.