-Textos:
-Eclo 24, 1-2. 8-12
-Sal 147, 1-13. 19-20
-Ef 1, 3-6. 13-18
-Jn 1, 1-18
“Pero a
cuantos lo recibieron, le dio poder de ser hijos de Dios”/ “Para que fuéramos
santos e irreprochables ante él por el amor”.
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
Permitidme una
pregunta: ¿Qué sentido tiene nuestra vida?. El Concilio Vaticano II tiene
un párrafo que debiéramos saber todos de
memoria: “Cada vez son más los que
plantean con una agudeza nueva las cuestiones totalmente fundamentales: ¿Qué es
el hombre? ¿Cuál es el sentido del dolor, del mal, de la muerte, que, a pesar
de tantos progresos, todavía siguen subsistiendo?... ¿Qué seguirá después de
esta vida terrena?... -La Iglesia cree que Cristo muerto y resucitado por
todos, da al hombre luz y fuerzas.., para que pueda responder a su máxima vocación”.
Todavía, en la
liturgia de este domingo, estamos
viviendo el rescoldo de la Navidad. Y los textos que hemos escuchado plantean y responden a estos
interrogantes que son de siempre y en nuestro tiempo los ha hecho el Concilio.
Dios, en
Jesucristo, se ha hecho hombre, Dios ha traspasado el abismo entre lo humano y
lo divino. El misterio de la Navidad nos
ha recordado a todos los hombres nuestra vocación; esa voz que resuena en lo
más profundo del corazón del ser humano. San Agustín dijo un pensamiento conocido por
todos: “Nos hiciste, Señor para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que
descanse en ti”.
Pero gracias al
misterio de la Navidad, ese pensamiento adquiere un sentido mucho más pleno e
ilusionante. En el prólogo de san Juan hemos escuchado: “A cuantos lo recibieron, les dio
poder de ser Hijos de Dios”. Hijos de Dios por el bautismo, hijos en
el Hijo, dicen los teólogos. San Pablo lo dice mejor: “Vivo yo, pero no yo, es Cristo quien vive en mi”.
Nuestra
vocación, la de todos, hombres y mujeres, es llegar a ser hijos de Dios; que la
vida del Hijo de Dios, Jesucristo, transforme nuestra vida y la dirija hacia
aquel objetivo, al que la voz del corazón nos llama: a ser hijos de Dios. El bautismo injerta en nosotros
semillas de la vida del Hijo de Dios, Jesucristo, para que la vayamos
cultivando y desarrollando a lo largo de
nuestra vida. Por eso, también, hemos escuchado hoy: Lo dice san Pablo: “(Dios) nos eligió en Cristo antes de la
fundación del mundo para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor”. Nuestra vocación es
Cristo.
Hermanos, somos
hijos de Dios en Cristo, y la tarea de nuestra vida es el amor, “ser santos e irreprochables por el amor”.
Se dice que hay
cada vez más gente que no encuentra sentido a su vida; que este mal es causa de
muchos suicidios, y que este mal afecta sobre todo a los jóvenes.
El Concilio
Vaticano II lo dijo muy claro: -La Iglesia
cree que Cristo muerto y resucitado por todos, da al hombre luz y fuerzas..,
para que pueda responder a su máxima
vocación”. Y la liturgia de la Navidad ha dicho lo mismo desde hace dos mil
años: “A cuantos lo recibieron, les
dio poder de ser Hijos de Dios”. Y
con san Pablo: “(Dios) nos eligió en
Cristo antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos e
irreprochables ante él por el amor”.
La pena es,
pienso yo, que en estos tiempos, y en el año 2022, son muchos hombres y mujeres,
adultos y jóvenes que no se hacen estas preguntas, han perdido la capacidad de
hacérselas, o si les vienen al pensamiento las rechazan como inútiles e inservibles.
Sin embargo,
estas preguntas son las más útiles y abren el espíritu humano para descubrir
las ganas de vivir y el sentido de la vida: ¡Nuestra vocación y nuestra vida es
Cristo! Merece la pena vivir, porque la tarea de la vida es amar, amar de
verdad, como Cristo nos ha amado.