-Textos:
-Jer 1, 4-5. 17-19
-Sal 70, 1-4ª. 5-6b. 15ab. 17
-1 Co 12, 31-13, 13
-Lc 4, 21-30
“Os digo que ningún profeta es bien aceptado en su
pueblo”.
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos, todos:
¿En qué Dios
creemos? ¿Qué idea de Dios influye en mis decisiones, cuando pido un trabajo o
cambio de piso, o doy una limosna o voy a comprar una prenda?
Con esto de la
pandemia, hay algunos que han llegado a
pensar: ¿por qué Dios no hace un milagro? Si puede, por qué consiente tanto mal
y sufrimiento? Y alguno incluso toma esta protesta como una excusa para
descolgarse de la fe.
En el evangelio
de esta mañana nos sorprende a todos las reacciones tan dispares y extremas que
tomaron frente a Jesús los asistentes a la sinagoga de Nazaret.
Primero, dice
el evangelio, “Todos le expresaban su
aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de su boca”.
Pero, luego sus paisanos lo rechazan hasta el punto de echarlo de la sinagoga e
intentar apedrearlo.
¿Cómo se
explican estas reacciones tan extremas y tan opuestas?
En el fondo, se
explican por la idea diametralmente opuesta que los nazarenos tienen de Dios
del Mesías y de sí mismos, y la que tiene Jesús de Dios, de sí mismo y de su misión.
Los habitantes
de Nazaret, por ser israelitas, piensan
que Dios está de su parte, y que
se manifiesta haciendo milagros a su favor. Del Mesías piensan que va a venir a
liberar a Israel del poder romano, hasta
hacer de Israel una nación grande y fuerte frente a los demás pueblos.
Jesús sin
embargo, piensa que él ha venido a hacer la voluntad de su Padre; y que su
Padre quiere salvar a todos los hombres por medio del amor. Y los ha creado
libres y responsables, colaboradores suyos en la obra de la creación, para
establecer su Reino mediante el amor, y lograr un cielo nuevo y una tierra
nueva.
Los de Nazaret
quieren un Dios a su medida, plegado a sus afanes de poder, grandeza y
bienestar materiales. Y para eso, que Dios haga milagros, y el Mesías que se
imponga por la fuerza y los haga ricos y poderosos.
Jesús, por el
contrario, obediente a su Padre, habla de amar y servir, y nos llama a que creamos, como él, en un Dios que es amor, y
que da la vida por amor.
Por eso, Jesús
llama a que todo el mundo, hombres y mujeres, creamos en el amor que da la vida, en la
libertad y en la responsabilidad. Nos presenta un Dios no a nuestra medida y según
nuestros deseos humanos y demasiado humanos, sino a un Dios que nos sobrepasa,
nos sobrecoge, por tanto amor que nos tiene; un Dios que nos ha enviado a su
propio Hijo. Y este Hijo suyo, venido a la tierra, nos propone amar como él nos
ama, nos manda trabajar libre y responsablemente por un mundo mejor, nos invita
implantar su Reino, un cielo nuevo y una
tierra nueva.
Queridos
hermanos todos, el Choque entre Jesucristo y sus paisanos de Nazaret es
frontal. Quisieron despeñarlo.
Pensemos en los
que ante la desgracia de la pandemia exigen a
Dios, milagros, y si no, se desapuntan de la Iglesia y de la fe en Dios.
Pensemos en
nosotros: Siempre con confianza y humildad, podemos pedir milagros; pero lo que Jesucristo nos pide primero y
principalmente es cumplir la voluntad de Dios, ser responsables y amar. Amar
con un amor como el que san Pablo nos propone en la segunda lectura.