-Textos:
-Is 40, 1-5. 9-11
-Sal 103, 1b-4. 24-25. 27-30
-Ti 2, 11-14; 3, 4-7
-Lc 3, 15-16. 21-22
“Tú eres
mi Hijo, el amado, en ti me complazco”
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
Domingo, fiesta
del Bautismo de Jesús. Termina el tiempo de Navidad, quitaremos los belenes,
pero comienza el tiempo, que llamamos desde el punto de vista litúrgico, el
tiempo ordinario.
Hoy, como
primer día del curso, contemplamos la escena del Bautismo de Jesús. Dos rasgos
descubren la actitud de Jesús ante su bautismo de penitencia.
Primero la
humildad: Jesús no tiene inconveniente en aparecer como pecador sin serlo,
porque tiene verdadero deseo de acercarse a los pecadores para liberarlos de
sus pecados.
En segundo
lugar, Jesús en el acto de recibir el bautismo esta en oración.
En ese momento
de humildad y de oración, el Espíritu Santo y su Padre Dios, exaltan a Jesús y
lo presentan al mundo en su verdadera condición divino-humana y en su misión:
Hijo de Dios y Mesías para anunciar el Reino de Dios.
Pongamos la
atención en lo que Dios Padre dice en ese momento: -“Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco”.
Dios Padre con estas palabras presenta a su Hijo al
mundo. Pero no son palabras
puramente informativas, son palabras
extraordinariamente afectivas, entrañables, cálidas. Dichas de corazón a
corazón. Jesús entiende que su Padre le encomienda una misión, pero Jesús
percibe y siente que su Padre le habla de corazón a corazón; palabras que le
encomiendan una responsabilidad, pero que le llenan del fuego del Espíritu
Santo, porque, sobre todo, son palabras de amor.
Todos los que
estamos aquí, creo, estamos bautizados. Si tuviéramos que explicar qué es
nuestro bautismo podríamos responder: -“Esto hizo Dios en mi bautismo: -“Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me
complazco”.
Son palabras
que encomiendan una responsabilidad y una misión. Pero, además, son palabras de
amor y de amor apasionado; de corazón a corazón, que mueven la libertad y
encienden el corazón con el fuego vivo del Espíritu Santo.
Responsables,
sí, pero sobre todo y primero, felices y
contentos de sentirnos amados Dios, y objeto del cariño de Dios y sintiendo que
somos su encanto y su divino orgullo.
A veces nos
achacan a los cristianos de que damos la impresión de que cumplimos
obligaciones y normas, pero no mostramos alegría de vivir y de ser felices con
nuestra condición de cristianos y católicos.
El bautismo nos
da una responsabilidad, pero también y sobre todo, nos hace hijos adoptivos de
Dios. Hijos en el Hijo Jesucristo.
¿Cómo hacer
para vivir nuestra vocación bautismal no solo como responsabilidad, sino además
con la fuerza y el fuego del Espíritu
Santo que me anima y que da lugar a que realice mi vocación con una alegría que
interpela y contagia y me hace apóstol y evangelizador en esta sociedad
secularizada y pagana en la que vivimos?
Miremos a Jesús:
primero, es humilde hasta solidarizarse con los pecadores. Segundo, Jesús oraba:
inmerso en las aguas bautismales, reza y ora.
Humildad y
oración nos disponen de la mejor manera para vivir nuestra fe con alegría.
¿Pero hemos asumido la responsabilidad que supone la
vocación bautismal?
Meditemos
muchas veces estas palabras de Jesús como dirigidas a cada uno de nosotros: -“Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco”.
Para que
nuestra fe no sea solo una fe de compromiso y obligaciones, sino primero y
sobre todo, de alegría, felicidad y entusiasmo. Somos hijos predilectos de
Dios.
Y esta mañana
Dios nuestro Padre nos invita al banquete con su Hijo predilecto: Jesucristo.