-Textos:
-Jer 17, 5-8
-Sal, 1-4. 6
-1 Co 15, 12. 16-20
-Lc 6, 17. 20-26
Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios. Pero ¡ay
de vosotros los ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo!
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
Hemos
escuchado este evangelio de las bienaventuranzas y malaventuranzas de san
Lucas, tan llamativo y tan inquietante a la vez.
Es
inquietante lo que dice Jesús, porque choca abiertamente con la manera de pensar natural y lógica, al
menos al parecer de tantos. ¿Cómo puede llamar dichos a los pobres, si lo que
interesa y parece normal es desear que salga de su pobreza? ¿Cómo puede lanzar
severas advertencias a los ricos, si lo natural y lógico es que todos aspiremos
a tener una buena vida, a ser bien
considerados, a asegurar el futuro y a poder garantizar la salud, si se nos
quebranta?
Jesús dice
“Bienaventurados los pobres”, porque Dios está con ellos y a favor de ellos.
¿Quiénes
son los pobres? En un sentido todos somos pobres. Porque todos somos limitados,
tenemos muchas necesidades insatisfechas y muchas carencias. Pero para saber
quiénes son los pobres, según Jesús, lo más acertado es mirar la vida de Jesús,
cómo ha actuado en su corta vida pública, qué ha hecho y qué ha dicho: No ha
tenido inconveniente en sentarse a la mesa de personas importantes como cuando
va a casa de un fariseo, también entra en casa del rico Zaqueo, pero para
pedirle que devuelva el dinero mal adquirido y tranquilizar su conciencia, pero
preferentemente curó a muchos enfermos,
consoló a viudas desoladas, multiplicó los panes para dar de comer a los
hambrientos, perdonó los pecados de un
paralítico y de una mujer mal juzgada… Jesús ofreció la salvación a toda clase
de personas, pero preferentemente a los pobres, a los necesitados, y a los
pecadores.
Esta es la
manera de pensar de Jesús, que viene al mundo de parte de Dios, y que él es el
camino la verdad y la vida.
Pero Jesús,
además, en el evangelio de hoy: Lanza una serias, muy serias, advertencias a
los ricos: “Ay de vosotros, los ricos,
porque ya habéis recibido vuestro consuelo”.
Jesús no
condena las riquezas convenientes y necesarias para vivir. Él se sitúa en un punto de vista concreto y
práctico: Conocemos el dicho del libro de los Proverbios: “Dos cosas te pido, Señor: aleja de mí la falsedad y la mentira, no me
des riqueza ni pobreza, concédeme mi ración de pan”. Es decir solo lo
suficiente. Todos sabemos qué poder tiene el dinero, o el poder de dominar y
mandar para erigirse en ídolo, en dios, y hacernos esclavos de la ambición y la avaricia,
y transformarnos en egoístas perfectos e insolidarios. En el fondo, cerrados al
amor a la solidaridad y a la sensibilidad para socorrer al pobre y al
necesitado. Puede que demos y ayudemos con el dinero que nos sobra, pero de
ninguna manera ofrecerles la amistad sincera y el apoyo incondicional, que el
hermano pobre y desvalido requiere.
Desde esta
perspectiva podemos entender los ayes y amenazas de Jesucristo a aquellos que
han puesto su corazón en las riquezas, y
lo han cerrado al amor, a la solidaridad, y en el fondo a Dios.
Sin
embargo, muchas veces, nosotros bautizados, cristianos y seguidores de Jesús,
caemos en la tentación de dejarnos arrastrar por la ambición, y a poner nuestra confianza, no tanto en Dios,
como en el dinero, o en el poder, o en
el lujo, o en la comodidad y la búsqueda afanosa de salud y seguridad
para cuando seamos mayores.
Cayendo en
la trampa de que en realidad no podemos controlar ni asegurar nada o casi nada.
La primera
lectura nos ha dicho: “Maldito el que
busca el apoyo en las criaturas, apartando su corazón del Señor… Bendito el que
confía en el Señor y pone en el Señor su confianza”.
Nosotros
pensamos y vivimos según el pensar y las enseñanzas de Jesucristo, o nos
sentimos aludidos cuando Jesús nos dice:
“Ay si todo el mundo habla bien de vosotros”. Señal de que tratáis de estar
a bien con los modos, las ideas y los valores de este mundo.