-Textos:
-Gn 15, 5-12. 17-18
-Sal 26, 1bcde. 7-9d. 13-14
-Fil 3, 17-4,1
-Lc 9, 28b-36
“Hablaban del éxodo
que Jesús había de consumar en Jerusalén”
Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
Hoy el evangelio nos ha presentado el milagro tan
significativo y tan comentado de la Transfiguración del Señor.
En un cierto momento, el relato evangélico nos dice que
estaban con Él, resplandecientes de gloria, Moisés y Elías, que hablaban del éxodo
que Jesús había de consumar en Jerusalén. El éxodo de Jesús, según todos los
intérpretes, significa su muerte liberadora, que iba a sufrir en Jerusalén, y
su resurrección, preanunciada en este episodio de la transfiguración.
Queridos hermanos: Jesús resucitó, y los que, por el bautismo
hemos sido vinculados a la muerte de Cristo, vamos a resucitar. “Porque, si
hemos sido injertados con Cristo en una muerte como la suya, también
compartiremos su resurrección (Rom 6, 4-5).
Esta es nuestra fe y nuestra firme esperanza: vamos a
resucitar.
La guerra irracional y sin sentido que tanto dolor y muerte
está provocando en Ucrania; y tantas consecuencias sociales y económicas provoca en el resto del
mundo; la pandemia del coronavirus que no acaba
de desaparecer. Estas y otras circunstancias tientan al desaliento y a
la desesperanza.
Necesitamos razones
para la esperanza. La palabra de Dios nos las propone esta mañana: Pongamos los
ojos del corazón fijos en Jesús. Jesús, en oración, se transfigura, y deja que
brille toda la gloria divina que le corresponde por ser Hijo de Dios. Lo
atestiguan los testigos mejor acreditados del Antiguo Testamento, Moisés y
Elías; lo atestigua, sobre todo, Dios mismo, su Padre y Padre nuestro, a quien le oímos decir: “Este es mi Hijo, el Elegido, ¡escuchadle!”.
Pongamos los ojos fijos en Jesús transfigurado, Él es nuestra
esperanza. Él ha marcado el camino cierto y seguro de vida y salvación para todos. Cumplir la
voluntad de Dios, amar a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a
nosotros mismos, trabajar por la
justicia, socorrer al necesitado, dar de comer al hambriento, perdonar, ser
compasivo y misericordioso, es el
camino. Muchas veces incomprendido y hasta ridiculizado y perseguido, pero es
el camino que conduce a la vida verdadera.
Jesús nos promete un “cielo nuevo y una tierra nueva”, un
mundo diferente, alternativo, un mundo transfigurado. Desde esa esperanza,
creemos que es posible una sociedad donde la dignidad de la persona humana sea
respetada como fundamento de las leyes y las relaciones humanas; el diálogo y
no las armas sea el instrumento para
solucionar los conflictos entre los individuos y las naciones. Es posible una
sociedad donde las familias puedan pensar en transmitir valores éticos y la fe
en Dios.
Hoy es Dios mismo, Padre de Jesús que nos dice: “Este es mi Hijo, el Elegido, ¡escuchadle!”.
No es un sueño, es una tarea. Y Jesucristo, no sólo en la
montaña orando, sino aquí, sobre el altar, en la eucaristía, se hace presente,
a fin de que pongamos manos a la tarea y mantengamos firme nuestra esperanza.