-Textos:
-Jo 5, 9ª. 10-12
-Sal 33, 2-7
-2 Co 5, 17-21
-Lc 15, 1-3. 11-32
“Cuando
estaba todavía lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas”
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
En este domingo
cuarto de cuaresma escuchamos una de las catequesis más conocidas y sin duda
también más impactante de todos los evangelios: “la parábola del Hijo pródigo”,
que otros llaman también “la parábola de la misericordia de Dios”.
Una provechosa
manera de meditar esta parábola es leerla en presencia de Dios e ir
preguntándonos en cuál de los tres personajes de la parábola me veo representado.
La figura del
padre es admirable. Escucha al hijo menor que le pide una petición arriesgada y
sorprendente, que no entraba en los usos y costumbres de la familia. El padre escucha, confía en el hijo, le da la
parte de la herencia correspondiente y le deja marchar. Con dolor y con
inquietud, pero accede. No obstante el
padre nunca deja de pensar en su hijo. Todos los días sale al borde del camino
a ver si vuelve. El corazón no le engaña, el hijo vuelve. ¡Qué escena tan
impresionante! El hijo vacila: ¿Cómo seré recibido? No hay reproches. El padre
lo abraza. Siempre ha sido y siempre seguirá siendo su hijo. ¡Y ha vuelto! Eso
es lo importante. Mi hijo perdido, de nuevo en casa. ¡Cuánto puede la
misericordia verdadera y qué bien la misericordia verdadera gana el corazón y
lo reconduce a lo esencial!
El hijo pequeño
es un inexperto, inconsciente y atrevido. Dispuesto a comerse el mundo y a
vivir la vida. Le faltó tiempo para ver la cruda realidad. Menos mal que tuvo
lucidez para pararse a pensar y recapacitar. Mi padre, mi casa, cuánto mejor
que todo lo que he conocido y tengo a mi alrededor. Buscaba libertad y se
encuentra con la dignidad perdida. ¡Volveré, volveré junto a mi Padre! Menos
mal que el padre siente y piensa distinto: “Tú has sido y serás siempre hijo
mío. ¡Ven a mi casa!”
El hijo mayor
es más serio, más formal, es cumplidor, pero sabe poco de amor. En el fondo no
conoce a su padre, sólo espera de él que reconozca su trabajo y que sea un buen
pagador. Pero el padre también tiene entrañas de misericordia para este hijo
mayor un tanto retorcido, y trata de despertar en él amor, el amor que cumple
toda justicia y supera la justicia: -“Tú siempre has estado conmigo, y todo lo
mío es tuyo”. Ven conmigo, gocemos el gozo del amor. Celebremos la fiesta
del amor con este hijo perdido que hemos encontrado”.
Permitidme,
hermanas y hermanos, unas reflexiones para pensar y para orar: ¿Con cuál de los
tres personajes de la parábola me
identifico más ampliamente? Quizás tengo algo de cada uno.
¿Las reflexiones
del hermano pequeño, me están diciendo que debo confesarme? ¿El orgullo de
exigir a los demás lo que me pertenece, me impide desplegar mi amor al
hermano/a y al necesitado? ¿Sé pedir perdón? ¿Sé perdonar? ¿Perdono de corazón,
desde las entrañas del alma?