-Textos:
-Gn 14, 18-20
-Sal 102, 1b-4
-1 Co 11, 23-36
-Lc 9, 11b-17
“Esto es
mi cuerpo que se entrega por vosotros”.
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
La fiesta del
“Corpus Christi” pone el acento no tanto en la celebración de la eucaristía, de
la misa, como en su prolongación: la presencia permanente
con nosotros del Señor eucarístico, como alimento disponible para los enfermos,
y como signo sacramental continuado de su presencia en nuestras vidas, (Aldazabal).
Esta presencia real, permanente y continuada
de Jesucristo en la eucaristía nos atrae, y provoca en nosotros dos actitudes,
dos disposiciones profundamente humanas y profundamente religiosas: la adoración
y el compromiso.
La adoración es
un gesto humano que implica a la persona
enteramente. Adorar a Dios por amor, reconociendo que somos criaturas y que Dios es nuestro
creador y nuestro Padre amoroso y providente, es el gesto que mejor expresa nuestra
identidad como personas humanas y como creyentes. El gesto que mejor responde a
nuestra vocación, que mejor despliega el sentido de nuestra vida y que mejor
nos dispone para nuestra misión en el mundo. Somos criaturas limitadas, pero
criaturas de Dios y también hijos de Dios. Todo esto decimos cuando consciente
y sinceramente nos arrodillamos ante el
Santísimo Sacramento, nos inclinamos o nos postramos y adoramos.
Para que en
nosotros surja con convicción y con afecto el gesto de adoración es
necesario admirar y dejarnos impactar
por el misterio que queda patente y expuesto en
la presencia real de Jesucristo eucaristía.
Solo un
detalle: Jesucristo en la Última Cena, en una situación extremadamente
angustiosa y dolorosa: Sabía que Judas estaba preparando el modo de entregarlo
a los que buscaban para él la sentencia de muerte. “Yo os aseguro que uno de vosotros me va a entregar”. En esta
situación crítica: “Habiendo amado a los
suyos, los amó hasta el extremo”, y dijo:
“Tomad y comed, esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros”. El misterio
de la eucaristía es un misterio de amor
nacido precisamente en una noche oscura de odio y de traición.
¡Cuánto amor
podemos descubrir mirando al sagrario o contemplando
al Santísimo Expuesto sobre la custodia!
Pero el
evangelio que hoy la Iglesia nos invita a escuchar y meditar es el de la
“Multiplicación de los panes y los peces”. Un milagro clamoroso de Jesús, que
los mismos evangelistas nos lo cuentan haciendo
alusiones a la eucaristía celebrada por Jesús en la Última Cena;
alusiones que desvelan el significado de la eucaristía. Ante una muchedumbre
necesitada y hambrienta, Jesús dice a los discípulos: “Dadles vosotros de comer”, y acepta una pequeña aportación humana y
humilde: cinco panes y dos peces.
La
eucaristía, en la voluntad de Jesús, es
para todos los hambrientos, todos los necesitados de cualquier necesidad. Y
además, el repartir y compartir la eucaristía es una labor, una misión que
Jesús pide y encomienda a sus discípulos, a nosotros, bautizados y
comprometidos a seguirle. Comulgar en la misa nos compromete a abrirnos al
hermano, compartir nuestros bienes y ayudarlos a la medida de nuestras
posibilidades.
La eucaristía
manifiesta plenamente su misterio y su virtualidad en la celebración de la misa.
Pero ya hemos visto que el amor de Jesús le lleva a que podamos prolongar su
virtualidad y sus beneficios, al adorarle más allá de la misa.
Hoy festividad
del corpus Christi podemos y seremos afortunados si honramos y disfrutamos de la eucaristía en una y otra manifestación;
las dos queridas y dispuestas por Jesús.