-Textos:
-Ap 11, 19ª; 12, 1.
3-6ª. 10ab
- Sal 10bc. 11-12ab. 16
-1 Co 15, 20-27ª
-Lc 1, 39-56
“Dichosa tú, que has creído, porque lo que ha dicho el Señor se cumplirá”.
La Virgen
de agosto, como se dice en los pueblos, la
Asunción de María en cuerpo y alma a los cielos es una fiesta que
despierta y alienta nuestra esperanza.
El primer
triunfo de la resurrección de Jesucristo ha sido el triunfo de María sobre la
muerte. María está ya con todo su ser –cuerpo y alma- en el regazo del Padre
Dios, al lado de su Hijo. En el prefacio de la misa de hoy escuchamos: “Con
razón no quisiste, Señor, que conociera la corrupción del sepulcro la mujer
que, por obra del Espíritu, concibió en su seno al autor de la vida,
Jesucristo, Hijo tuyo y Señor nuestro”.
La Virgen
María, en cuerpo y alma, en el cielo es
la anticipación de lo que nos espera a
todos nosotros sus hijos. Su destino es nuestro destino. Estamos
llamados a participar, como ella, con todo nuestro ser, cuerpo y alma, en la
resurrección y victoria de Jesucristo.
La fiesta
de la Asunción de la Virgen nos enseña y nos confirma en unas verdades, que nos llenan de consuelo y
esperanza. Existe el cielo, existe la vida eterna: una mujer, una criatura
humana como nosotros, ciertamente excepcional: Virgen, inmaculada Madre de Dios
y Madre nuestra-, ha llegado allí. Dios,
que nos creó por amor, nos ha destinado a todos a una vida eterna y feliz en el
cielo. Somos criaturas para la eternidad.
En este valle de lágrimas, Maria es para nosotros esperanza de vida
eterna.
La vida
humana está trenzada de penas, alegrías y dolores. La sequía y el calor
persistentes, las guerras, la pandemia, las dificultades económicas, son
circunstancias que nos empujan al pesimismo. Por otra parte, vemos a nuestro alrededor mucha gente que olvida aquellas
preguntas que todos llevamos dentro: ¿Qué sentido tiene mi vida? ¿De dónde
vengo? ¿A dónde voy? ¿Por qué aún en los momentos más felices de mi vida, me
quedo insatisfecho? ¿Merece la pena darme a los demás? ¿O es mejor olvidarme de
estas preguntas, y auto-convencerme que todo se acaba con la muerte?
¿Pero es
posible vivir sin que me asalten alguna vez estas preguntas u otras parecidas?
La fiesta
de la Asunción de María es un grito de fe en que es posible la salvación y la
felicidad. Es una respuesta a los pesimistas, y a los que para no angustiarse
prefieren no pensar. Es también una respuesta a los materialistas que se
agarran a lo que creen que es lo único seguro: dinero, fama, placer y poder, aunque
haya que soportar muchas frustraciones, y dejar mucha gente en la cuneta de la
vida.
La
fiesta de la Asunción de María es la
prueba de que el destino del hombre no es la muerte sino la vida. Y la vida
feliz plena y total, del cuerpo y del alma. En María ya ha sucedido. En
nosotros nos sabemos cómo ni cuándo
sucederá. Pero tenemos plena confianza en Dios: lo que ha hecho en ella, quiere
hacerlo en nosotros. La historia tiene un final feliz.
Queridos
hermanos: Hemos pedido en la oración inicial: “Te pedimos, Señor, que
aspirando a las realidades divinas lleguemos a participar con la Virgen
de su misma gloria en el cielo”.