domingo, 4 de septiembre de 2022

DOMI8NGO XXIII T.O (C)

-Textos:

            -Sab 9, 13-18

            -Sal 89, 12-14. 17

            -Film 9b-10. 12-17

            -Lc 14, 25-33

 

Si alguno viene a mí y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a su hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío”.

Jesús nos presenta hoy las exigencias radicales de su seguimiento.

Y aquí tenemos en esta iglesia, a nuestras queridas hermanas benedictinas: Ellas, sí, han dejado padres y madres, hermanos y hermanas, y han venido a este monasterio para seguir a Jesús de la manera más bella y más eficaz: orar, amar y cantar en comunidad.

Pero el evangelio de hoy no habla solamente para los contemplativos o los que hacen votos especiales, Jesús habla hoy para todos  hombres y mujeres que queremos seguirle.

Es muy claro, Jesús nos pide que lo pongamos a él primero y sobre todo. Incluso, si es preciso, por encima de los amores más queridos, más importantes y más valorados, que tenemos en nuestra  vida.

No podemos menos de preguntarnos: ¿Cómo es posible que Jesús se atreva a pedirnos tanto? Esta pregunta, hermanos,  no se nos ocurre hacer, ni nos suscita rebeldía, si Jesucristo ha entrado de verdad en mi vida, en mi corazón, en mi libertad; en una palabra, si ha trasformado mi vida; si de verdad es para mí el camino, la verdad y la vida; la perla escondida y descubierta por la que me merece la pena venderlo todo para comprarla; si creo de verdad y vivencialmente que Jesucristo es el Hijo de Dios y el Salvador de  todos los hombres y de todo el mundo.

Por lo demás, no tengamos ningún miedo, si ponemos a Jesucristo el primero y por encima de todo y de todos en nuestra casa, habremos puesto la mejor garantía para que en nuestra familia las cosas vayan bien, en armonía, en paz y prosperidad.

Pero en el evangelio de hoy encontramos otra condición de Jesús que no pude menos que hacernos pensar: “Quien no carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo”. En la vida nos sobrevienen a todos, por decirlo de alguna manera, dos clases  de sufrimientos o de cruces: Unos son naturales, no los buscamos y tratamos de evitarlos: enfermedades, problemas en el trabajo, cansancio, contratiempos y sucesos imprevistos, cruces a las que tenemos que hacer frente para solucionarlas.

Pero hay otro género de cruces, que las asumimos conscientemente, y nos sobrevienen precisamente porque creemos en Dios, tratamos de cumplir sus mandamientos, queremos seguir a Jesús y poner en práctica su evangelio.

Esta forma de vida de querer ser cristianos coherentes, a veces nos va bien y nos proporciona el respeto y la buena consideración de los demás, pero otras veces, no evita que tengamos que hacer renuncias y sacrificios, en casos como estos: no aceptar ciertos negocios  o remuneraciones, declarar con respeto nuestra opinión cristiana sobre aborto, eutanasia, matrimonio, u otras que son diferentes o que desentonan de los que opina la mayoría de contertulios.

A estas cruces se refiere el Señor cuando nos dice: “Quien no carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo”.

Queridos hermanos todos: No tengamos miedo, no nos echemos atrás, no vengamos  a hacernos gregarios del pensamiento dominante, al menos cuando se habla como “habla todo el mundo, para no desentonar”.

Esta forma de vida que propone Jesús es la verdadera sabiduría,  el arte de  saber vivir y acertar con la forma de vida más humana y más feliz. Porque, “¿Qué hombre conocerá el pensamiento de Dios? Los pensamientos de los mortales son inseguros y frágiles”. Jesucristo es la verdadera Sabiduría, es el tesoro escondido, y la perla encontrada. Y él nos dice hoy: “Quien no carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo”.