-Textos:
-Sab 9, 13-18
-Sal
89, 12-14. 17
-Film
9b-10. 12-17
-Lc
14, 25-33
“Si alguno
viene a mí y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a su
hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío”.
Jesús nos presenta hoy las exigencias radicales de
su seguimiento.
Y aquí tenemos en esta iglesia, a nuestras queridas
hermanas benedictinas: Ellas, sí, han dejado padres y madres, hermanos y hermanas,
y han venido a este monasterio para seguir a Jesús de la manera más bella y más
eficaz: orar, amar y cantar en comunidad.
Pero el evangelio de hoy no habla solamente para los
contemplativos o los que hacen votos especiales, Jesús habla hoy para
todos hombres y mujeres que queremos
seguirle.
Es muy claro, Jesús nos pide que lo pongamos a él
primero y sobre todo. Incluso, si es preciso, por encima de los amores más
queridos, más importantes y más valorados, que tenemos en nuestra vida.
No podemos menos de preguntarnos: ¿Cómo es posible
que Jesús se atreva a pedirnos tanto? Esta pregunta, hermanos, no se nos ocurre hacer, ni nos suscita
rebeldía, si Jesucristo ha entrado de verdad en mi vida, en mi corazón, en mi
libertad; en una palabra, si ha trasformado mi vida; si de verdad es para mí el
camino, la verdad y la vida; la perla escondida y descubierta por la que me merece
la pena venderlo todo para comprarla; si creo de verdad y vivencialmente que
Jesucristo es el Hijo de Dios y el Salvador de
todos los hombres y de todo el mundo.
Por lo demás, no tengamos ningún miedo, si ponemos a
Jesucristo el primero y por encima de todo y de todos en nuestra casa, habremos
puesto la mejor garantía para que en nuestra familia las cosas vayan bien, en
armonía, en paz y prosperidad.
Pero en el evangelio de hoy encontramos otra
condición de Jesús que no pude menos que hacernos pensar: “Quien no carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi
discípulo”. En la vida nos sobrevienen a todos, por decirlo de alguna
manera, dos clases de sufrimientos o de
cruces: Unos son naturales, no los buscamos y tratamos de evitarlos:
enfermedades, problemas en el trabajo, cansancio, contratiempos y sucesos
imprevistos, cruces a las que tenemos que hacer frente para solucionarlas.
Pero hay otro género de cruces, que las asumimos
conscientemente, y nos sobrevienen precisamente porque creemos en Dios,
tratamos de cumplir sus mandamientos, queremos seguir a Jesús y poner en
práctica su evangelio.
Esta forma de vida de querer ser cristianos
coherentes, a veces nos va bien y nos proporciona el respeto y la buena
consideración de los demás, pero otras veces, no evita que tengamos que hacer
renuncias y sacrificios, en casos como estos: no aceptar ciertos negocios o remuneraciones, declarar con respeto
nuestra opinión cristiana sobre aborto, eutanasia, matrimonio, u otras que son
diferentes o que desentonan de los que opina la mayoría de contertulios.
A estas cruces se refiere el Señor cuando nos dice: “Quien no carga con su cruz y viene en pos
de mí, no puede ser mi discípulo”.
Queridos hermanos todos: No tengamos miedo, no nos
echemos atrás, no vengamos a hacernos
gregarios del pensamiento dominante, al menos cuando se habla como “habla todo
el mundo, para no desentonar”.
Esta forma de vida que propone Jesús es la verdadera
sabiduría, el arte de saber vivir y acertar con la forma de vida
más humana y más feliz. Porque, “¿Qué
hombre conocerá el pensamiento de Dios? Los
pensamientos de los mortales son inseguros y frágiles”. Jesucristo es la
verdadera Sabiduría, es el tesoro escondido, y la perla encontrada. Y él nos
dice hoy: “Quien no carga con su cruz y
viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo”.