-Textos:
-Hab 1, 2-3; 2, 2-4
-Sal 94, 1-2. 6-9
-2 Tim 1, 6-8. 13-14
-Lc 17, 5-10
“Auméntanos
la fe”.
“Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos”:
La fe, queridos
hermanos crece o decrece, aumenta o disminuye y se agota. La fe es un don de
Dios, una gracia, una energía, que se desarrolla, da sentido a la vida, e
ilumina.
La fe en Dios,
en Jesucristo, en las verdades que emanan de lo que Jesucristo nos enseñó con
sus palabras, su ejemplo de vida, y que ahora recibimos en la Iglesia, es un
don de Dios y la más preciosa herencia
que recibimos y podemos transmitir. Por eso, tenemos que cuidarla, cultivarla y
acrecentarla. Si no, el tesoro precioso de la fe se debilita y acaba
perdiéndose.
No sé si
apreciamos debidamente el gran tesoro de la fe: la fe cambia la manera de
vivir, de pensar y de reaccionar ante las circunstancias de la vida: a la hora
de tomar unas decisiones u otras sobre la profesión, el trabajo, el dinero, la
salud. No es lo mismo pensar que vivimos
para siempre y que, como criaturas humanas, somos seres para la eternidad, que
pensar que todo se acaba, cuando, más tarde o más temprano, nos morimos.
La fe cristiana,
cuando es viva, activa, cuando cuenta de verdad en nuestra vida, nos hacer
reaccionar de manera muy distinta ante el dolor, la enfermedad o la desgracia imprevista.
Pero, sobre todo, la fe nos ayuda a vivir en una relación personal de amistad con Dios, con Jesucristo, con la Virgen y los santos. La fe nos enriquece
nuestra vida afectiva, nos descubre y nos hace sentir la amistad con Dios.
La fe en Dios
fomenta y potencia el amor al prójimo. Fomenta la caridad y la solidaridad. Mi
prójimo no es mi rival, sino mi hermano. Para crecer en el amor es sumamente
conveniente, incluso necesaria, la fe. Y para crecer en la fe es, necesario
practicar la caridad, la misericordia, la solidaridad, la justicia y todas las
virtudes.
Este impulso
que da la fe hacia la caridad y hacia la práctica del deber y del bien no nace primeramente
de nuestros buenos sentimientos, sino del corazón de Dios. Dios es amor y es el
sembrador del amor en el campo de nuestro corazón. Pero además, sí, nuestra fe
tiene que ser activa. Pide y mueve la
voluntad para practicar, la verdad, la justicia, la piedad y la oración. Nos da
serenidad y firmeza para manifestar, cuando es oportuno o necesario que
somos creyentes y queremos cumplir en
todo la voluntad de Dios.
Los cristianos,
verdaderamente creyentes somos todos llamados y urgidos por Jesucristo a
trasmitir la fe que hemos recibido. Debemos pensar que trasmitir la fe a nuestros hijos y a las
generaciones jóvenes merece mayor empeño y más dedicación que tratar de darles
unos estudios y prepararlos profesionalmente. Todo es importante, pero los
estudios son solo para esta vida, la fe
es para saber vivir en esta vida y para alcanzar la vida eterna.
La Iglesia nos
enseña que la fe es don de Dios, y que
hay que pedirla en la oración, en la práctica de los sacramentos, sobre todo,
en la eucaristía de cada domingo o diaria.