-Textos:
-Mac 7, 1-2. 9-14
-Sal 16, 1bcde. 5-6. 8.15
-2 Tes 2, 16. 3-5
-Lc 20, 27-38
“Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras
almas”
De nuevo la liturgia dominical nos ofrece en la
eucaristía dos motivos dignos de consideración: el primero es la vida eterna y
el segundo el “Día de la Iglesia diocesana”.
Comencemos por el primero: ¿Pensamos en la vida
eterna? ¿Pensamos en el cielo? ¿Qué sentimientos nos despierta? Hay muchos que
no quieren pensar. Unos porque consideran que lo importante es lo que nos
enseñó Jesucristo: “Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a
nosotros mismos”. Esto es lo que cuenta. Si hacemos bien este mandamiento
fundamental, Dios hará lo demás. Esta mentalidad de muchos, ¿es suficiente? Nos
ayuda a vivir bien con los demás y también con Dios. Pero pensar así, sin plantearnos si es verdad que hay
cielo y que hay vida después de la
muerte, ¿nos da fuerzas suficientes para cumplir los mandamientos, vencer tantas
tentaciones, sobre el dinero, la castidad, la fidelidad matrimonial: o cuando
nos sobreviene una enfermedad dolorosa o nos ocurre un acontecimiento grave,
imprevisto y que nos parece injusto?
Hay muchos que del cielo piensan poco o nada, o
simplemente no creen. “Nadie ha vuelto de allí, dicen”. Vamos a trabajar,
procurar un nivel de vida que nos permita vivir desahogados, respetar a
los demás, y después, como todos, morir. Lo del cielo, lo de Dios y la religión son cosas ya pasadas, que no se
pueden demostrar; estamos en otro mundo y en otra sociedad; respetar a los
demás, si no nos molestan demasiado, y a vivir mientras tenemos vida.
Pero, yo os pido pensar un poco: ¿se puede vivir
así? ¿Podemos olvidar durante toda la
vida, y acallar el pensamiento, cuando nos asaltan preguntas como estás: ¿Habrá
algo después de la muerte? El espíritu de entrega, de trabajo y sacrificio que
tuvo nuestra madre toda su vida con nosotros, los hijos, ¿ha quedado en nada?
¿Hay justicia o no hay justicia? ¿Es lo mismo amar al prójimo y respetarlo, que mirarlo para ver cómo me
aprovecho de él? En definitiva ¿Qué es más cómodo y más razonable? ¿acallar
todas estas preguntas y echarlas afuera cuando me asaltan, o pensar en ellas y
organizar la vida como Dios manda?
A Jesús,
para demostrarle que no puede haber resurrección de muertos. Y para reírse de
él le propusieron una cuestión absurda.
Jesús respondió rotundamente: los muertos resucitan,
y en el cielo no va a haber problemas de confinamiento, porque vivirán como
ángeles, sin espacio ni tiempo, con sus
cuerpos y almas, gozando infinitamente de Dios, un cielo nuevo y una tierra
nueva.
El Señor Jesús ciertamente vendrá. El sentido de
nuestra vida, el sentido de la historia y de la creación entera es, que vamos
hacia el encuentro con el Señor, vencedor de la muerte y del pecado, y dador de
vida divina y felicidad eterna. No vamos hacia el vació o la nada. Caminamos
hacia un acontecimiento salvador que afectará a la humanidad y al mundo.
Esto supone casi siempre ir contra corriente y, en
muchos casos, dar en el rostro a otras personas que piensan y viven de manera
muy distinta a la nuestra. Dos consigna breves, firmes y enormemente
consoladoras nos da el Señor para este tiempo difícil que vivimos: Primera:
Confiad en mí, “ni un cabello de vuestra
cabeza perecerá”. Segunda: Perseverad, “Con
vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”