domingo, 6 de noviembre de 2022

DOMINGO XXXII T.O. (c)

 

-Textos:

            -Mac 7, 1-2. 9-14

            -Sal 16, 1bcde. 5-6. 8.15

            -2 Tes 2, 16. 3-5

            -Lc 20, 27-38

 

 “Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”

De nuevo la liturgia dominical nos ofrece en la eucaristía dos motivos dignos de consideración: el primero es la vida eterna y el segundo el “Día de la Iglesia diocesana”.

Comencemos por el primero: ¿Pensamos en la vida eterna? ¿Pensamos en el cielo? ¿Qué sentimientos nos despierta? Hay muchos que no quieren pensar. Unos porque consideran que lo importante es lo que nos enseñó Jesucristo: “Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos”. Esto es lo que cuenta. Si hacemos bien este mandamiento fundamental, Dios hará lo demás. Esta mentalidad de muchos, ¿es suficiente? Nos ayuda a vivir bien con los demás y también con Dios. Pero pensar  así, sin plantearnos si es verdad que hay cielo y que hay vida  después de la muerte, ¿nos  da  fuerzas  suficientes  para cumplir los mandamientos, vencer tantas tentaciones, sobre el dinero, la castidad, la fidelidad matrimonial: o cuando nos sobreviene una enfermedad dolorosa o nos ocurre un acontecimiento grave, imprevisto y que nos parece injusto?

Hay muchos que del cielo piensan poco o nada, o simplemente no creen. “Nadie ha vuelto de allí, dicen”. Vamos a trabajar, procurar  un nivel de vida  que nos permita vivir desahogados, respetar a los demás, y después, como todos, morir. Lo del cielo, lo de Dios  y la religión son cosas ya pasadas, que no se pueden demostrar; estamos en otro mundo y en otra sociedad; respetar a los demás, si no nos molestan demasiado, y a vivir mientras tenemos vida.

Pero, yo os pido pensar un poco: ¿se puede vivir así? ¿Podemos olvidar  durante toda la vida, y acallar el pensamiento, cuando nos asaltan preguntas como estás: ¿Habrá algo después de la muerte? El espíritu de entrega, de trabajo y sacrificio que tuvo nuestra madre toda su vida con nosotros, los hijos, ¿ha quedado en nada? ¿Hay justicia o no hay justicia? ¿Es lo mismo amar al prójimo  y respetarlo, que mirarlo para ver cómo me aprovecho de él? En definitiva ¿Qué es más cómodo y más razonable? ¿acallar todas estas preguntas y echarlas afuera cuando me asaltan, o pensar en ellas y organizar la vida como Dios manda?

     A Jesús, para demostrarle que no puede haber resurrección de muertos. Y para reírse de él le propusieron una cuestión absurda.

Jesús respondió rotundamente: los muertos resucitan, y en el cielo no va a haber problemas de confinamiento, porque vivirán como ángeles, sin espacio ni tiempo, con  sus cuerpos y almas, gozando infinitamente de Dios, un cielo nuevo y una tierra nueva.

El Señor Jesús ciertamente vendrá. El sentido de nuestra vida, el sentido de la historia y de la creación entera es, que vamos hacia el encuentro con el Señor, vencedor de la muerte y del pecado, y dador de vida divina y felicidad eterna. No vamos hacia el vació o la nada. Caminamos hacia un acontecimiento salvador que afectará a la humanidad y al mundo.

Esto supone casi siempre ir contra corriente y, en muchos casos, dar en el rostro a otras personas que piensan y viven de manera muy distinta a la nuestra. Dos consigna breves, firmes y enormemente consoladoras nos da el Señor para este tiempo difícil que vivimos: Primera: Confiad en mí, “ni un cabello de vuestra cabeza perecerá”. Segunda: Perseverad, “Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”