-Textos:
-2 Sam 5, 1-3
-Sal 121, 1b-2. 4-5
-Col 1, 12-20
-Lc 23, 35-43
“Porque en Él quiso Dios que residiera toda la plenitud…haciendo la
paz por la sangre de su cruz”.
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
En este
domingo que celebramos la festividad de Jesucristo Rey del Universo terminamos
y coronamos el año litúrgico. El próximo domingo celebraremos ya el primer
domingo de Adviento. Estamos muy cerca de la Navidad, a pesar de que hasta hace
tres día hemos disfrutado de temperatura primaverales.
Pero, ¿Qué
entendemos o qué queremos decir cuando invocamos a Jesucristo como Rey del
universo y rey de mi vida?
La paradoja
de la fe cristiana es que creemos y seguimos a un Rey que reina desde la cruz.
No se impone como rey entrando al frente de un ejército triunfante, que impone
el orden, y los impuestos por la fuerza. Jesús, el Mesías, el Salvador del
mundo, murió como un malhechor, condenado a muerte, crucificado en una cruz.
Pero Jesús murió obedeciendo a su Padre Dios. Recordemos la escena de la
oración del Huerto: “Padre, si es posible
pasa de mi este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya”. Y murió
dando su vida por nosotros. El evangelista san Juan comienza el relato de la
pasión contando: “Sabiendo que había
llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos,
que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”. Jesús murió en apariencia derrotado y
fracasado, pero en el fondo murió en acto de obediencia suprema y querida a su Padre, Dios, y en acto de amor
entregado y total a los hombres. San Pablo escribiendo a los Filipenses dice
muy claramente: “Cristo Jesús… siendo de
condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, al contrario, se
despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo… se humilló a sí mismo,
hecho obediente hasta la muerte y muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre
todo nombre; de modo que ante el nombre de Jesús toda rodilla se doble en el
cielo y en la tierra y en el abismo, y toda lengua proclame Jesucristo es Señor
para gloria de Dios Padre”.
En una
palabra, Jesucristo, queridos todos, murió por amor, por amor extremo e
incondicional a Dios, su Padre, y a los hombres y mujeres y a la creación
entera.
Jesucristo
creyó y cree en el amor. No en el poder,
ni en las armas ni en el dinero, ni en la fama. Predicó las bienaventuranzas,
se identificó con los pobres y marginados, y se dedicó a amar a todos, a curar a todos, a perdonar a
todos que acuden a pedir perdón. Murió en la cruz, pero en el fondo el amor le
llevó a la cruz.
De esta manera, aporta una luz nueva sobre el
dolor y el sufrimiento y desgracias que ocurren en este mundo. Dios creó el
mundo por amor, y el amor cambia el mundo. Jesucristo es Rey ahora para que
todos aprendamos, cuál es el verdadero valor de la vida, dónde está y como se
consigue la verdadera felicidad. El amor
es el secreto que da sentido al dolor; nuestro dolor, la cruz, ofrecidos,
como Jesucristo, por amor es fecundo y salvador,
y da fuerza para superar las desgracias. El amor da valor para dar la vida, y
para que la vida libremente entregada alcance la vida eterna.