-Textos:
-Is 35, 1-6ª. 10
-Sal
145, 6c-10
-Sant
5, 7-10
-Mt 11, 2-11
Hermanos:
esperad con paciencia hasta la venida del Señor… Los ciegos ven, los cojos
andan, los leprosos quedan limpios.
Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos
todos:
Paciencia, ¡qué importante es la virtud de la
paciencia! Y no hablo solo de la paciencia que necesitamos para vivir en paz en
casa con los hijos o con el esposo o la esposa. Hablo de la paciencia para
esperar a que llegue el momento en el que se cumplan aquellas palabras: “Entonces verá venir al Hijo del Hombre
venir con gran poder y majestad…”.
Ya en las primeras comunidades cristianas hubo
cristianos que llegaron a creer que Jesucristo, que subió a los cielos volvería
muy pronto como Señor triunfante y glorioso. Y quedaron confundidos al ver que pasaba el tiempo y el Señor resucitado no
volvía. San Pedro en una carta dirigida
a sus cristianos dice: “El Señor no
retrasa su promesa, sino que tiene paciencia con vosotros, porque no quiere que
nadie se pierda sino que todos accedan a la conversión” (2 Pe 3, 9).
Dios es fiel y cumple sus promesas, pero ha querido
que nosotros libremente abramos el corazón a la fe y nos convirtamos. Por eso,
el tiempo de adviento es un tiempo de gracia de Dios, para que nos curtamos en
la fe y en la paciencia.
¿Qué podemos hacer para crecer en la paciencia y en
la esperanza? Todo empieza por despertar al amor a Jesucristo y a los hermanos:
“Bienaventurados los limpios de corazón,
porque ellos verán a Dios”. Descubrir cuánto nos amó y nos sigue amando
Jesucristo; dejarnos ganar por ese amor y nuestro corazón dejará de dudar y de vacilar y tendrá firmeza
para no impacientarse y desistir de esperar a Jesús y a que se cumpla la promesa
de un mundo nuevo. Mirad cuánto es capaz de aguantar una madre los lloros y las
impertinencias de su hijo, por más que
no le deje dormir. Pero quiere a su hijo y es capaz de aguantar hasta que se
tranquiliza y sonríe.
La impaciencia, sin embargo, en la vida espiritual,
e incluso en toda ocasión es peligrosa. Porque la impaciencia puede generar
desaliento, y el desaliento tristeza, y la tristeza desfallecimiento y, al
final, abandono de la fe.
Sin duda muchos de nosotros conocemos la excusa que
nos dicen algunos amigos, compañeros o incluso parientes, para explicarnos por
qué han abandonado las prácticas religiosas y dicen que ya no creen. Se justifican
diciendo que todo lo que predican los curas son solo palabras que no se
verifican ni se cumplen. Y desertan de acudir a la iglesia, reunirse como pueblo de Dios, y practicar la oración y
los sacramentos. El dinero, la ciencia, la medicina hacen milagros. Con eso
basta.
¿De verdad que con eso basta? No pensáis, hermanas y
hermanos, que es más fácil creer en los hechos y los dichos de Jesús que se
mueve entre pobres, enfermos, y pecadores, y acaba dando la vida por salvarnos
a nosotros que somos pecadores, olvidadizos y desagradecidos? ¿No pensáis que
es más razonable creer en Jesús, que retorcer nuestro pensamiento y hacerlo
callar para que no nos atormente con
preguntas como estas: ¿De dónde venimos,
a dónde vamos, de dónde saco fuerzas para
amar a mi mujer, a mi hermana, a mi vecino? ¿Para hacer un mundo mejor y
una ecología más habitable? En definitiva, para amar a los demás como a mí mismo,
o como me ama Jesucristo.
La segunda Carta de Santiago nos ha dicho esta
mañana: “Esperad con paciencia hasta la
venida del Señor… Esperad con paciencia también vosotros, y fortaleced vuestros
corazones, porque la venida del Señor está cerca”.