Textos:
-Gén. 3, 9-15.20
-Sal. 97, 1-4
-Ef. 1, 3-6.11-12
-Lu. 1, 26-38
1º: El momento decisivo en el
que Dios se hizo hombre está envuelto en un gran silencio. Es un acontecimiento
que si sucediera en nuestro tiempo no dejaría rastro en los periódicos.
Grandes acontecimientos a
menudo ocurren en un silencio que resulta mucho más fecundo que la agitación
frenética que se vive en muchas ciudades.
Ese activismo impide escuchar a Dios, escuchar su Palabra.
A María, vemos en la escena
de la Anunciación en silencio, un silencio que da pie a orar y escuchar la
Palabra de Dios. Y María la escuchó, porque estaba en un silencio, contemplativo.
Maria en silencio escucha a Dios dentro
de sí misma.
Y Dios, a través del ángel le
habló y ella, en su silencio la escucho. Y en estas condiciones ocurrió el
misterio salvador de la humanidad y del universo entero: el Verbo de Dios se
hizo carne.
Cuantas veces nos dejamos
ganar por la tentación del ruido, de vivir hacia afuera distraída por tantos
quehaceres, preocupaciones y problemas. Pensamos que dando vueltas a esas preocupaciones
los solucionaremos mejor. No confiamos en la fecundidad de un silencio que nos
ayuda a entrar dentro de nosotros, a disponernos a la escucha de Dios en la oración,
la meditación fecunda en ideas y luces que nos sitúan mejor ante los problemas,
y sobre todo, nos disponen a oír la voz de Dios, de los hermanos y de nuestra
conciencia.
2.-La salvación del mundo no
es obra del hombre sino de la gracia de Dios. Nuestro corazón está inquieto
hasta que descansa en Dios. Alcanzar al Dios infinito no está en nuestras manos
pobres, finitas y débiles.
La gracia de Dios hacia los
hombres es su amor infinito y puro, divino y misericordioso, la gracia de Dios
es el Hijo de Dios hecho hombre en el misterio de la encarnación.
Es muy importante pensar en
esto: Dios salva mediante el amor, no cualquier amor, sino el suyo, un
amor infinito que es Cristo. Dios cree
en el amor y por eso, para salvarnos, manda al Amor que es su Hijo.
Pero muchos de nosotros no
creemos suficientemente en el amor que Dios nos ofrece y vamos buscando la
plena felicidad en las cosas del mundo, que nos ofuscan y atraen. Pero las cosas
no nos sacian, nos crean vacío que nos inclinan a las cosas que aumentan más
aún el vacío. Por ejemplo, todos somos testigos de los efectos de la drogas. No
creemos suficientemente en el amor. Nos dejamos engañas, pensamos que nos salva
la ciencia, la técnica, las mil ofertas que la sociedad de consumo tan sugestivamente
ofrece.
Dios quiere salvar al hombre
por la gracia del amor. Envió a su Hijo que es la gracia infinita y pura, la
gracia de las gracias. Y creyó conveniente llenar de gracia plena a María,
haciéndola Madre de la gracia, encarnando a su Hijo en ella.
María, llena de amor, y con
el Amor, que es Cristo, en su vientre nos está diciendo, que vivamos como Dios
nos ama, para que podamos amar con un amor que desintoxican nuestros pulmones
de amores que no sacian y aumentan el vacío en nuestra vida.
Podemos todos amar con el
amor de Maria, con el amor de Cristo y que es Cristo mismo. Y sembrar el mundo
de esperanza. Por bajo que pueda caer el hombre, nunca es demasiado bajo para
Dios. Dios es siempre mayor que nuestro corazón. A Dios no le vencen nuestros
pecados.
Celebrar la fiesta de la Inmaculada
Concepción de María es despertar a la esperanza de un mundo cada vez mejor y a
comprometernos a dar un testimonio de Amor que muestre a los hombres a una
manera nueva de vivir y de ir creando un
mundo mejor y más habitable.