-Textos:
-Is 9, 1-4
-Sal 26, 1-4. 13-14
-1 Co 1, 10-13. 17
-Mt, 4, 12-23
Comenzó Jesús a predicar diciendo: –“Convertíos.
Porque está cerca el Reino de Dios”.
Hace frío en el
ambiente exterior, pero aquí junto a nuestras hermanas benedictinas, reunidos
en asamblea dominical, nos sentimos bien templados.
Jesús ha
recibido el bautismo en el rio Jordán, de manos del Bautista, y también con
dolor para él, ha conocido la noticia de que su amigo y compañero en la misión
Juan el bautista ha sido ejecutado por
Herodes.
Pero la noticia
no le arredra, él ya tiene muy claro que su Padre Dios, le manda salir a la
vida pública y predicar.
¿Y cuál es el
primer mensaje que transmite al público?: “Convertíos.
Porque está cerca el Reino de Dios”.
Queridos hermanos
y hermanas, este mismo mensaje nos los dirige hoy Jesús a nosotros aquí igual
que la primera vez como resonó en los campos de Galilea. Y Jesús nos lo grita a
nosotros porque lo necesitamos: ¡Convertíos!
Ayer predicaba
estas mismas palabras de Jesús a una comunidad de padres, jóvenes y niños. Y un
niño me pregunto: ¿A qué me tengo que convertir? ¿A qué nos tenemos que
convertir? ¿Es que de verdad lo necesitamos? – El mismo Jesús nos responde:
Convertíos al Reino de Dios.
¿Y qué es el Reino de Dios?
Mejor que “reino” deberíamos decir “reinado”.
Convertíos al Reinado de Dios.
Dios está
decidido a intervenir de manera
definitiva y con más fuerza que nunca en nuestro mundo y en nuestra historia
personal y social. Él irrumpe con todo el caudal de su amor infinito en las
historia humana, no tiene reparo en complicarse en el barro de la historia de
la humanidad. Y la fuerza, que como una catarata imparable introduce en nosotros es su amor, su amor infinito:
manifestado en Jesucristo. Jesucristo es la manifestación suprema del amor de
Dios en los hombres y para los hombres. San Juan de la Cruz dice con un
castellano castizo: “Porque en darnos como nos dio, a su Hijo, que es una
Palabra suya –que no tiene otra- , todo nos lo habló junto, y de una vez, en esta
sola Palabra, y no tiene más que hablar”.
En Jesucristo,
Dios ha dicho todo, y nos ha dado todo, absolutamente su amor. Y cabría pensar: ¿Entonces se ha acabado ya
el amor de Dios? De ninguna manera, su amor es infinito y no se puede acabar.
Pero lo que sí es verdad que desde que Jesús irrumpió en el mundo, todo el amor
infinito de Dios ha irrumpido en el mundo, y en Cristo, que ha dado la vida por
nosotros y ha resucitado, está permanente y presente Dios ofreciéndonos amor y
amor eterno, y amor, que es capaz de impactar en nuestro corazón, y ganarlo
para el bien y para el amor, la libertad y la justicia, y así llegar a su
propósito y objetivo final, conseguir un cielo nuevo y una tierra nueva, como
dice en el Apocalipsis.
Por eso es
sumamente importante que hoy escuchemos la voz, la llamada mil veces oída, pero
siempre novedosa, que nos sorprende, nos desconcierta y nos atrae. Dios habla
siempre, Dios nos habla de muchos modos y maneras. Siempre para ofrecernos lo
mejor y lo más conveniente para nuestra vida,
y siempre para confiarnos una misión:
incorporarnos a la tarea que él comenzó en el Jordán, como nos dice el
evangelio: “Jesús recorría toda Galilea…,
proclamando el evangelio del Reino y curando toda enfermedad y toda dolencia”.