domingo, 16 de abril de 2023

DOMINGO II DE PASCUA (A)

 

-Textos:

            -Hch 2, 42-47

            -Sal 117, 2-4. 13-15. 22-24

            -1 Pe 1, 3-9

            -Jn 20, 19 31

Si no veo en sus manos  la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de sus clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo”.

Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:

Hoy segundo domingo de Pascua, que por  disposición del papa San Juan  Pablo II, llamamos también Domingo de la Misericordia divina.

Nos sorprende la dureza de corazón y la tozudez de santo Tomás para creer el testimonio de los apóstoles y discípulos de Jesús reunidos en el cenáculo. Los discípulos le aseguran que Jesús ha resucitado, y le aseguran con una frase que es digna de ser tenida muy en cuenta: porque dicen la verdad y, además una verdad que les llena de alegría: “Hemos visto al Señor”.

Pero, a pesar del testimonio digno de todo crédito que le dan sus compañeros, Tomás se resiste a creer y exige pruebas palpables, pruebas que hoy dirían algunos, científicas.

Tomás tiene el testimonio unánime de unos compañeros conocidos por él, que dan un testimonio del todo convincente, pero Tomás se resiste a creerles, quiere pruebas de ver y tocar.

Pero a los ocho días llega Jesús al Cenáculo, ya había venido una vez el domingo anterior. Y había llenado de,  alegría y de entusiasmo misionero a todos los discípulos. Podíamos pensar: Jesús ya ha hecho lo que tenía que hacer, no necesita aparecerse otra vez por un discípulo que se empeña en no creer.

Pero Jesús vuelve a los ocho días, cuando los discípulos están reunidos como comunidad y como Iglesia, Jesús vuelve, sobre todo, porque ve que tiene una oveja descarriada. Tomás está equivocado, para seguir a Jesús quiere ver y palpar, no quiere creer, no confía en Jesús, no se fía del testimonio del grupo, de la Iglesia. Él está aferrado a su propio criterio y razón. No se le ocurre hacer memoria de las Escrituras, ni fiarse del testimonio tan digno de crédito de sus compañeros.

Jesús, podríamos pensar nosotros: “Que deje a Tomás en su dureza de corazón. No quiere confiar en nadie, sólo en ver y palpar. No me merece que Jesús tenga deferencias con él”.

Pero Jesús es el Hijo de Dios, El Padre Dios y Él mismo son uno, sienten y aman lo mismo. El Padre está lleno de misericordia y Jesús también. Y vuelve, aparece de nuevo y se dirige a Tomás. Pero no para reprenderle, sino que lleno de misericordia y paciencia, Jesús accede a satisfacer a Tomás. “Mete tu mano en mí costado. Y no seas incrédulo sino creyente”. Tomás se rinde ante tanta consideración, tanto amor y tanta misericordia. Y pronuncia unas palabras que son el acto más grande de fe, y más revelador de quien es Jesús de verdad: “Señor mío y Dios mío”. Y Jesús responde con la frase más consoladora que podemos escuchar los creyentes, los que tenemos una fe agradecida, como quien se fía de una amigo que en todo momento nos está facilitándole ayudas y favores en la vida, y los que tenemos una fe turbada y dubitante: “Dichosos los que crean sin haber visto”.

La misericordia de Jesús provoca la fe en Tomás y la misericordia de Jesús, nos invita a todos a creer,  a creer y confiar en Jesucristo. En vez de aferrarnos a pedir pruebas, de ver y palpar, que no consiente en dar confianza a quien gratuitamente nos está dando la vida entera y el don de la verdadera fe, y nos quedarnos en buscar una seguridad que nos den los sentidos, y las ofertas comerciales efímeras y engañosas que nos impiden el encuentro personal y plenificante, con el Dios de la misericordia, que perdona, regala la promete la vida eterna.