-Textos:
-Sab 12, 13. 16-19
-Sal 85,5-6. 9-10. 15-16ª
-Ro 8, 26-27
-Mt 24, 13-43
“El reino de los cielos se parece a un grano de
mostaza… El reino de los cielos se parece a la levadura…
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
Hoy domingo de
votaciones, para nosotros Día del Señor. Nos marearán la cabeza con datos de
encuestas estadísticas, nosotros damos preferencia a escuchar la Palabra de
Dios.
En el evangelio
Jesús nos expone tres parábolas. Voy a fijarme
en dos: El grano de mostaza, tan pequeño como semilla y tan grande como
arbusto; y el puñado de levadura que una
mujer introduce en la masa.
En muchos, o en
algunos cristianos, nace un pesimismo cuando miran a la iglesia como si fuera una
sociedad con unos dogmas y unas normas que
creen y practican más o menos. De ninguna manera la ven como un misterio,
signo del amor de Dios y animada por el Espíritu Santo. Y desde esa mirada
parcial y errónea, aplican a la Iglesia las mismas técnicas para averiguar cuál
es su futuro. Toman nota de la cantidad de bautizados que abandonan las
prácticas religiosas, y cómo en el ambiente social se está perdiendo el sentido
religioso, cómo se ha roto la cadena de transmisión de la fe en la familia… Y hacen
números, y se desalientan ellos también
y se suman a los que han abandonado la fe o pierden el ánimo.
Pero la
Iglesia, hermanas y hermanos, es mucho más que una sociedad puramente humana.
El catecismo dice que la misión de Cristo y del Espíritu Santo se realiza en la
Iglesia, que es Cuerpo de Cristo y templo del Espíritu Santo.
Por eso, a la
Iglesia le preocupa menos la cantidad de cristianos que la calidad de los
cristianos. Es la calidad de fe y de coherencia de cada cristiano lo que debe preocuparnos.
Jesucristo en otro lugar nos ha dicho: Vosotros sois la sal de la tierra,
vosotros soy la luz del mundo, vosotros sois levadura capaz de fermentar toda
la masa.
No importa
tanto cuántos somos, sino cual es la calidad de vida cristiana de cada uno de
los bautizados. Si somos cristianos de verdad, damos lugar a que la fuerza de
Cristo, y la fuerza del Espíritu Santo actúen en nosotros y a través de
nosotros en la sociedad y en el mundo.
Unos pocos
granos de sal salan la olla entera, un puñado pequeño de levadura fermenta toda
la masa. No es cuestión si somos muchos
o pocos, la cuestión es si los cristianos, cada uno de nosotros, somos de
verdad sal y fermento, sí somos semillas de mostaza, poca cosa, pero capaces de
desarrollar todo lo bueno que llevamos dentro: la fe en Dios, la esperanza de
eternidad, el amor, la solidaridad
eficaz que atiende al necesitado, la austeridad para hacer un mundo solidario y
habitable.
No debemos dejarnos contagiar del modo de pensar y de actuar del mundo con sus estadísticas y propuestas más o menos fundadas y verificadas. No podemos ser sal que se vuelve sosa, ni fermento que pierde su fuerza y se corrompe. Ser lo que somos, personas con fe en que Jesucristo resucitado y la fuerza de su Espíritu actúan en nosotros. La gracia bautismal y la eucaristía nos impulsan a esta tarea.-