-Textos:
-Je 20, 7-9
-Sal 62, 2. 3-6. 8-9
-Ro, 12, 1-2
-Mt 16, 21-27
“Si alguno
quiere venir en post de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga”.
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
¿Queremos de
verdad, seguir a Jesús? Jesús, a estas alturas de su vida pública, ha tomado la
decisión firme de subir a Jerusalén, porque sabe que esa es la voluntad de su
Padre Dios, y sabe también que en Jerusalén iba padecer mucho por parte de los
ancianos, los sacerdotes y los escribas, y
que tenía que ser ejecutado y al
tercer día resucitar.
Los discípulos,
que están dispuestos a seguirle, piensan que Jesús en Jerusalén va a triunfar y
a liberar al pueblo judío de los poderes políticos extranjeros y paganos.
Jesús está
viendo la abismal diferencia de expectativas que existen entre lo que esperan
los discípulos que suben con él a Jerusalén y lo que Él, desde su relación con
su Padre Dios, está viendo, que va a pasar. El diálogo entre Pedro y Jesús no
puede ser más claro. Jesús responde al que acaba de nombrar fundamento y cabeza
de la Iglesia futura. “Apártate de mí
satanás, que quiere decir tentador, eres un escándalo para mí. Porque tú
piensas como los hombres, no como Dios”.
Él quiere
prepararles el ánimo para que no se escandalicen, pero los discípulos están muy
lejos de poder entenderle.
En ese
ambiente, Jesús no duda en hablar claro
sobre lo que tiene que ser un discípulo,
verdadero de Jesús: -“Si alguno quiere
venir en post de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga”.
Ya en la primera condición viene a decir, que quien
me sigue tiene que ir detrás de mí, detrás de Jesús, y por el camino que marca
Jesús, y no delante de Jesús, como
diciéndome por dónde debo ir yo, Jesús, y por donde debemos ir los demás.
La segunda
condición: “El que me sigue a mí, que se
niegue a sí mismo”. La frase no puede ser más radical, ni que choque más
fuertemente con la mentalidad de hoy y
de cualquier época.
Pero es preciso
entender bien el verbo renegarse a sí mismo: “El que quiere seguir a Jesús ha
encontrado un nuevo centro en su propia vida. Un amor que le descentra de sí
mismo, y lo recentra en Jesús. Jesús es la razón de su vivir; sigue otra
voluntad, otro destino distinto. Jesús es la perla encontrada y el tesoro escondido, por los que merece la pena
venderlo todo. La persona sigue siendo ella misma, pero ya no se pertenece.
Jesucristo es el amor primero, norma y criterio para saber amar al prójimo y a
todas las cosas.
¿Queremos de
verdad seguir a Jesús? La fe en Jesucristo, ¿es en mi vida una experiencia real, que fundamenta
y explica la vida que llevo, y las decisiones importantes y cotidianas que tomo
en mi vida ordinaria?
La eucaristía,
fuente y cumbre de la vida cristiana es
la que consigue el milagro de infundir
tal fe y tal amor en mí, que me permite desechar los modos y la modas que
arrastran a tantos en esta sociedad, y
me da fuerza para cargar con las cruces
que me sobrevienen por llevar una vida cristiana coherente y, además con alegría y paz
verdaderas.