-Textos:
-Pro 31, 10-13. 19-20. 30-31
-Sal 127, 1b-5
-1 Tes, 1-6
-t 25, 14-30
Queridas
hermanas y queridos hermanos todos:
Estamos en el
último domingo del año litúrgico, el próximo celebraremos la fiesta de
Jesucristo Rey del universo.
La parábola de
Jesús en este evangelio nos habla del juicio final. No nos suele parecer un
tema interesante y agradable, más bien preferimos dejarlo de lado. Sin embargo,
nos es altamente conveniente, necesario y esperanzador. Porque Jesús nos da la clave para que podamos
presentarnos ante Dios con la garantía de poder escuchar a Dios, nuestro
Padre que nos dice: “Bien siervo bueno y fiel; como has sido fiel en lo poco, te daré un
cargo importante, entra en el gozo de tu Señor”.
Sí, Dios quiere
que todos entremos en el gozo y la
felicidad que da estar con Él y ante Él eternamente felices. Y Jesucristo, su
Hijo, vencedor de la muerte y del pecado, nos indica el camino.
¿Qué nos dice
que hagamos? Que cumplamos con responsabilidad
y valentía la misión que nos ha encomendado en esta vida. En esta vida, que a
veces la sentimos como un valle de lágrimas, no es solo eso, sino además, en
realidad y en el fondo, es una vocación y una misión. Todos tenemos una misión
en este mundo, y además todos tenemos cualidades suficientes para cumplir esa
misión. Para Dios todos somos importantes y cuenta con nosotros para hacer de
este mundo un mundo mejor que quedará transformado en el Reino de Dios, en un
cielo nuevo y una tierra nueva. Él, nuestro Dios, lo ha prometido y lo hará.
Para eso ha enviado a su Hijo Jesucristo.
“Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo
único, para que todo el que cree en Él tenga vida eterna.
Dios quiere que
nos salvemos todos por Jesucristo y Jesucristo cuenta con nosotros y nos llama.
Nos llama a todos, todos tenemos
vocación. El bautismo que hemos recibido es la muestra y el certificado.
Jesucristo cuenta con nosotros y nos encomienda una misión, un encargo, una
tarea en esta vida.
¿Cuál es esta
misión? Ser testigos de la fe, de la fe en Dios y en su Hijo Jesucristo. Cumplir
los mandamientos, vivir las bienaventuranzas, atender la voz de Jesucristo que
nos dice: “Venid benditos de mi Padre,
porque tuve hambre y me distéis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui
forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis…”.
Este es el
encargo del Señor, que quiere que lo cumplamos valientemente y aun corriendo
riesgos y esforzándonos, aunque sea ir muy a contracorriente del mundo.
Tenemos que
estar muy atentos de lo que dice el dueño de la parábola al obrero que, por
miedo y amedrentado, lejos de hacer rendir al dinero que le encomienda, lo
entierra por miedo y lo deja improductivo: “A
ese siervo inútil echarlo fuera”.
Sigamos los
consejos de San Pablo en la segunda
lectura: “Que ese día no nos sorprenda como un ladrón…No nos coja
dormidos…, sino estemos en vela y vivamos sobriamente”.