-Textos:
-Gn 15, 1-6; 21, 1-3
-Sal 127, 1b-5
-Col 3, 12-21
-Lc 2, 22-40
“José y
María, la madre de Jesús, estaban admirados de lo que se decía del niño”.
Queridas
hermanas benedictinas y queridos hermanos todos:
En este domingo
inter navideño celebramos la fiesta de la Sagrada Familia. La sagrada familia
de Belén y la Fiesta de la familia, de la institución familiar simplemente.
Todos tenemos
experiencia de la misión fundamental que tiene la familia, tal como la diseñó
Dios creador en el paraíso, y también la institución familiar tal como la
enseña la iglesia: Uno con una para siempre y con la voluntad de tener hijos
para Dios. Este modo de entender la familia, e intentar vivirla así, cuánto bien
ha hecho, y cuánto beneficio aporta a la sociedad dándole estabilidad y
capacidad de progreso; y cuánto bien hace a las familias para saber y poder transmitir
valores de fe y de moral, valores que humanizan y hacen personas maduras y
preparadas para vivir en libertad, en paz y en respeto a los demás.
Pero todos
vemos en esta sociedad occidental en la que vivimos, desde cuántos frentes se
ataca a este proyecto de familia, que muchos hemos tenido la suerte de vivir, y
que muchos también lamentan no haber podido beneficiarse de ella.
Es quizá el
primer objetivo que se plantean cuantos quieren, no solo cambiar la sociedad,
sino pervertirla y deshacerla.
Dios nos creó
por amor y quiere, porque nos ama, este modelo de familia: uno con una para
siempre y con la voluntad de educar hijos para Dios.
Y ahora
pregunto: ¿Qué motivos tienen en su mente los que hacen todo lo posible para que la familia basada en la fe en Dios
se desmorone desde la raíz y cuanto
antes? Y ¿qué hacemos los que hemos tenido la gracia y el regalo de Dios de
nacer y ser bautizados en una familia cristiana? ¿Qué hacemos para conseguir
que la familia cristina viva, y sepa vivir conforme a la voluntad de Dios y
según el modelo de la familia de Belén y de Nazaret? Hoy los vemos en el
evangelio: José y Maria con el niño en
brazos, dándonos ejemplo: Primero lo primero, primero lo de Dios, después, lo
que Dios quiera.
¿Qué hacemos
nosotros? Me permito adelantar una respuesta: Creer de verdad en Dios, y no,
como hacen algunos, nadando entre dos aguas; dar, ante los hijos y nietos,
testimonio de una fe cristiana vivida con convencimiento y con alegría, y
mostrando que creer en Dios y cumplir la voluntad de Dios es el camino para ser verdaderamente
felices y para hacer felices a los demás.
Pero san Pablo
nos lo dice mejor en la segunda lectura: “Sea
vuestro uniforme: la misericordia, la humildad, la dulzura, la comprensión.
Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra otro. El
Señor os ha perdonado, haced vosotros lo mismo. Y por encima de todo esto, el
amor, que es el ceñidor de la unidad consumada. Así sea.