-Textos:
-Ex 20, 1-15
-Sal 18,8.9.10.11
-1 Co 1, 22-25
-Jn 2, 13-25
“Destruid
este templo, y en tres días lo levantaré”.
Queridas hermanas Benedictina y queridos hermanos
todos:
La fe cristiana es un encuentro vivo, personal y real
con Jesucristo. La finalidad de toda evangelización es la realización de ese
encuentro, al mismo tiempo personal y comunitario. Afirmó el Papa Benedicto XVI
(“Deus caritas es”)
Los templos, en todas las religiones, son considerados
como espacios especiales para el encuentro con Dios. De una manera singular, el
antiguo pueblo de Dios, los judíos, consideraban el templo de Jerusalén como
lugar esencial para rendir culto al verdadero Dios, Yahvé, y símbolo de identidad
como pueblo elegido. Jesucristo, como buen israelita, había subido varias veces
a visitar el templo de Jerusalén. La actuación de Jesucristo expulsando del
templo a vendedores y cambistas, que nos
cuenta san Juan en el evangelio de hoy, tiene un doble significado:
En primer lugar, Jesús sigue y culmina la tradición
profética de purificar y restablecer el culto verdadero: el Mesías, el enviado
de Dios, el Hijo de Dios, no puede
tolerar que se mezcle con el negocio y el dinero el carácter sagrado de las
ofrendas que se ofrecen a Yahvé.
Y tiene una segunda finalidad de mucho mayor alcance: “¿Qué signos nos muestras para obrar así?
-¿Destruid este templo, y yo en tres días, levantaré”. Y el evangelista
comenta: “Hablaba del templo de su
cuerpo”.
Llegará un día, llegó a decir el mismo Jesús en que
“ni en Corozaín ni en Jerusalén se dará culto a Dios”. Porque a partir de ahora
es mi persona, soy yo, el lugar privilegiado para el encuentro con Dios. “Quién me ve a mí ha visto al Padre”.
Mi Padre me ha enviado, soy el Mesías, el Hijo de Dios, y soy, en la
tierra, presencia encarnada de Dios. A partir de ahora es mi persona, soy yo,
el lugar privilegiado del encuentro con Dios. Jesucristo es el lugar verdadero del
encuentro con Dios.
Y a Jesucristo lo podemos encontrar en muchos lugares
y de muchos modos y maneras: En la Palabra de Dios, en la eucaristía, en los
pobres, en la asamblea reunida en su nombre, en los hermanos, en los
acontecimientos que nos hacen pensar y nos llaman a conversión.
Ahora entendemos mejor por qué Benedicto XVI y los papas modernos dicen y
repiten con insistencia: “La fe cristiana es un encuentro vivo, personal y real
con Jesucristo. La finalidad de toda evangelización es la realización de ese
encuentro, al mismo tiempo personal y comunitario”.
A lo mejor es oportuno hoy que nos preguntemos, ¿Qué
lugar ocupa Jesucristo en mi vida? ¿Puedo decir que siento la fe como un
encuentro real y personal con Jesucristo? ¿Influye mi fe cristiana en las
decisiones, en las ocupaciones de mi vida diaria?
No podemos olvidar que nosotros seguidores de Jesús y
bautizados en su nombre, somos piedras vivas del templo espiritual, del Cuerpo
místico de Cristo. A nosotros nos incumbe muy seriamente vivir de tal manera que podamos ser para
nuestros hermanos, para nuestros prójimos: lugar de encuentro con Dios,
ejemplo, testimonio que contagia y acerca a los que nos tratan y conviven con
nosotros a Dios.
En este santo
tiempo de cuaresma escuchamos insistentemente la llamada de Dios a la
conversión. Para nosotros, bautizados, la llamada a la conversión, sobre todo,
es una llamada a renovar y redoblar nuestra adhesión a su persona y a su mensaje: sobre todo a ser
testigos de Jesús con nuestra conducta.
No olvidemos que en esta celebración no sólo Jesucristo en
las especies eucarísticas, sino también la asamblea que formamos, somos templo de
Dios, lugar para los hombres de encuentro con Dios.