-Textos:
-Hch
3, 13-15. 17-19
-Sal 4, 2. 4. 7. 9
-1 Jn 2, 1-5ª
-Lc 24, 35-48
“Se presentó
Jesús en medio de ellos y les dice: “Paz a vosotros”
Queridas hermanas benedictinas y queridos hermanos
todos:
Jesús, el
crucificado, el resucitado, se presenta a sus discípulos reunidos y les saluda,
deseándoles y ofreciéndoles la paz. La paz “Shalóm", es el don de los dones, el resumen de todos
los dones que puede desear y recibir de Dios un hombre, un creyente. No es esta
la primera vez que Jesucristo resucitado se aparece a sus discípulos con este
saludo, que es, al mismo tiempo una gracia de Dios para los suyos. Jesús
resucitado es en grado eminente dador de paz. “Gloria a Dios en las alturas y paz a los hombres que ama el Señor.
Cantan los ángeles en el portal de Belén”.
No es meramente
un deseo, es una gracia, una gracia de Dios que nos hace bien a todos, nos
hace felices. Sin duda todos nosotros
alguna vez y muchas veces tenemos la experiencia de que Jesucristo nos ha dado
paz, serenidad e incluso gozo. Y esto se
debe a que Jesús siempre puede, y lo hace dándonos aquella gracia que es
respuesta a los deseos más profundos de nuestro corazón. Nosotros somos
criaturas de Dios, somos imagen de Dios, Dios es amor, y nosotros en el
manantial más hondo y fecundo de nuestro ser somos amor, tenemos sed de amor, y
no de cualquier amor, sino de un amor tan limpio, tan puro como el amor de
Dios. El ser humano busca ávidamente o desesperadamente la felicidad. Y tantas veces la buscamos, donde la
felicidad no está o está solo en migajas que no pueden satisfacernos
plenamente.
Jesucristo,
vencedor de la muerte y del pecado, verdadero Dios y verdadero hombre, que ha
experimentado el dolor, la muerte, el fracaso, pero que ha resucitado, ha
vencido a la limitación más grande que
tenemos como seres humanos, la muerte, y también al engaño más seductor
que nos tienta, el pecado, Jesucristo viene a nuestro encuentro, como vino al
encuentro de los discípulos reunidos, viene y nos dice: “Paz
a vosotros”. Con todo su corazón, con las manos abiertas y nos ofrece la
paz, la paz verdadera, la que sólo Él,
Dios y hombre verdadero sabe y puede dar.
Y nosotros no
acabamos de creer. Decimos que no lo vemos, que no lo sentimos, que nos deja
solos ante las dificultades de la vida y ante lo atractivo que es un viaje a
las Canaria o a las islas Filipinas o a Nueva York. No contamos a los demás lo
cansados que hemos venido de las vacaciones, y la escasez de recursos
económicos que nos quedan para atender a
Caritas o a las asociaciones que ayudan
a los países en guerra.
Jesucristo nos
dice: “Paz a vosotros”. Preguntaos,
preguntaos, si cuando buscáis descanso, sosiego armonía con vosotros mismos,
descanso, paz habéis dado con precisión
en el blanco de la paz verdadera.
Esta mañana, en
esta misa, vamos a pedir a Jesucristo
Resucitado que nos abra el entendimiento: Y tomemos en serio y para siempre las
palabras que dijo a los discípulos y nos dice hoy a nosotros: “Está escrito: el Mesías padecerá,
resucitará de entre los muertos al
tercer día y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados
a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén.
Queridas
hermanas, queridos hermanos todos: Creamos, pidamos la gracia de la fe y
encontraremos la verdadera paz del corazón.