-Textos:
-Sab 1, 13-15; 2, 23-24
-Sal 29, 2. 4-6. 11. 12a. 13b
-2 Co 8, 7. 9. 13-15
-Mc 5. 21-43
“Hija,
tu fe te ha salvado”. “No temas. Basta que tengas fe”.
Queridas
hermanas y queridos hermanos, todos:
En Pamplona,
ciudad, todo huele a sanfermines. Aquí, y gracias a nuestras hermanas
contemplativas, benedictinas, todo huele a domingo, día del Señor, día de los
cristianaos; día para templar nuestra fe a la luz de la palabra de Dios y la Eucaristía.
¡Qué gracia tan
grande y qué gran perspectiva tan hermosa para vivir la vida, es la fe. La fe en Jesucristo y en los
que él nos enseña con su vida y su evangelio.
San Marcos, nos
cuenta dos milagros de Jesús: el primero es el de la hemorroisa. Una mujer que padece flujos de sangre, y que le
obliga, debido a la mentalidad de aquel tiempo, a vivir separada de la gente,
sin encontrar remedio que la cure. Temerosa, no quiere llamar la atención de
nadie, se acerca a Jesús, pero por la espalda. Cree en Jesús, en su poder y en su querer hacer el bien; cree que
con solo tocarle el manto le bastará para ser curada por el Señor. Y así
sucede. La fuerza salvadora de Jesús brota de él, y pregunta públicamente: “¿Quién me ha tocado?”. La mujer enferma
se ve descubierta…y temblorosa se echa a los pies de Jesús. Jesús lejos de reprenderle le dice: “Hija tu fe te ha salvado”. La fe gana el corazón de Jesús.
Marcos nos
cuenta hoy otro milagro de Jesús: El jefe de la sinagoga acude a Jesús,
diciéndole: “Mi hija está en las últimas,
ven para que se cure y viva”. Jesús va, pero mientras se acerca a casa del
encargado de la sinagoga, unos criados se adelantan a decirle que ya es tarde. La niña ha muerto y no hay remedio.
Jesús se dirige al padre de la niña y le
dice: “No temas. Basta que tengas fe”.
De nuevo, Jesús reclamando la fe de los que le piden su ayuda.
Ya sabemos el
final, Jesús devuelve la vida a la niña.
Queridas
hermanas y queridos hermanos todos: ¡Qué precioso don es la fe¡ La fe viva,
sentida de verdad, que nos lleva a una conducta coherente y efectiva, a amar
a Dios sobre todas las cosas y al
prójimo como a nosotros mismos. Es decir, no solo a pedir cuando necesitamos,
sino a dar, a ofrecernos a Dios y a los hermanos, lo que Dios nos pide y los
hermanos necesitan.
Esta fe fuente
del amor, de la caridad y de la esperanza cristiana, que da sentido a nuestra
vida; cuando las cosas van bien vamos a Dios y le damos gracias, cuando las
cosas van menos bien o van mal, nos lleva no a renegar de Dios, sino a contemplar a Jesús crucificado, diciéndolo como Pedro: “A donde quién vamos a acudir. Solo tú
tienen palabras de vida eterna”.
Esta fe,
ciertamente es don de Dios, gracia
inmensa de Dios. La hemos encontrado en la Iglesia, muchos de nosotros, gracias
a nuestra familia. “Venimos de Dios, vamos a Dios, y de Dios a Dios, Jesucristo
Camino, verdad y vida”. Vivir dentro de este horizonte de vida: nos llena
de alegría y contento, nos da fuerza en
los momentos difíciles, cuando nos ocurren cosas que no entendemos cómo nos
pueden pasar, esta fe hay que cuidarla.
La fe la
ponemos en peligro, cuando vivimos en un
lujo excesivo, o una ambición insaciable por el dinero, o el vicio y las
drogas, u olvidando a los necesitados y enfermos o los de sin trabajo. Estas
actitudes y otras parecidas nos llevan a abandonar la fe.
Para cuidar la
fe, primero, la oración y la acción de gracias, acudiendo a los sacramentos a
la eucaristía y la penitencia, si necesitamos; y sobre todo, viviendo con
coherencia, con verdad y no por
cumplimiento y por rutina o por parecer bien. La fe es un don de Dios, pero es
también una responsabilidad.