domingo, 23 de junio de 2024

DOMINGO XII, T.O. (B)

-Textos:

            -Job 38, 1. 8-11

            -Sal 106, 23-26. 28-31

            -2 Co 5, 14-17

            -Mc 4, 35-41

 “Maestro, ¿no te importa que perezcamos?”

El mar, admiración por grandiosidad; y caos por el peligro de fuerzas demoníacas.

Los discípulos en la barca (Iglesia), es de noche. Se levanta la tempestad. Oleaje, la barca se llena de agua, se hunde.

Jesús cansado, duerme: Parece como si los dejara abandonados en el peligro. Los discípulos tienen reparos para despertarle, pero al fin, le gritan: -“Maestro, ¿no te importa que perezcamos?”.

Los discípulos lanzan en cierto sentido un grito de protesta. Como nosotros, cuando a lo largo de nuestra vida nos vemos azotados  por tempestades, problemas que nos sacuden como el viento y nos angustian; dudas que nos sumen en la noche; nuestra barca, nuestras convicciones de fe se descalabran. Imploramos a Dios y nos parece que no nos oye, que no se interesa por nuestra angustia ni por el peligro  que corremos.

Y nos preguntamos: “¿Dónde está Dios?”. Y si está, “¿por qué está dormido?” “¿Por qué no se une con nosotros a sacar agua de nuestra barca y de nuestra fe? ”. “¿No le importa que nos hundamos?”.

Jesús quiere que lleguemos a hacernos preguntas como estas, que no nos quedemos en la superficie de nuestra vida, sino que  aprendamos a vivir desde la dimensión trascendente y religiosa de la vida. Somos seres para la eternidad, no vivamos en la superficie de las aspiraciones de ganar, gastar, comprar y vender, y acudir al médico. Y ahí se acaba todo. Tanto luchar, y al final nos vamos de este mundo sin haber satisfecho plenamente ninguno de nuestros sueños, ni de nuestros deseos y ambiciones.

Nos viene muy bien, y necesitamos vernos en el trance de la barca de nuestra vida que se nos hunde. ¿Señor, ¿existes? ¿Es verdad que cuidas de mí?, ¿Qué me quieres? ¿Por qué me siento abandonado o abandonada? ¿Por qué me vienen encima tanto problema, tanto dolor? Es cierto que nos morimos, pero, ¿hay algo después?

Estas preguntas y estos momentos, no son ni tragedias, ni tonterías, podemos convertirlos en gracias de Dios que nos llevan al fondo de nuestra existencia, y a oír la voz del corazón. Porque nos permiten ir hasta Dios, dar sentido a nuestras prácticas religiosas y a tomar en serio la honradez en nuestros trabajos. Si vivimos desde la voz de la conciencia y en el silencio o en la oración, dejamos que surjan las preguntas que laten en el corazón, cobrarían un sentido nuevo los sacramentos, la eucaristía, la confesión, la devoción  a la Virgen, y también las relaciones con nuestra familia, y con la gente y hasta el modo de gastar el dinero, y de trabajar. Dejaríamos de vivir entre dos aguas: entre seguir a Jesucristo y su evangelio, y a la vez, vivir al aire de los modos y las modas que se llevan en el mundo.

Sí, vosotras hermanas los sabéis muy bien: necesitamos pararnos, hacer silencio y oración, escuchar, qué llevamos dentro… Sentiríamos paz; sentiríamos al Señor que dice en medio de nuestros problemas y angustias: “Paz, silencio”. Y que también nos dice: “¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?”