-Textos:
-Ez
2, 2-5
-Sal 122,1b-4
-2 Co 12, 7b-10
-Mc 6, 1-6
“No pudo hacer allí ningún milagro” “Os
invito a no olvidar el carácter religioso de las fiestas patronales”.
Queridas hermanas benedictinas y
queridos hermanos todos: Hoy, siete de julio, San Fermín. Pero hoy, también, es
domingo. Los de Pamplona celebraran la fiesta de S. Fermín con carácter de
solemnidad, hoy, nosotros, fuera de Pamplona, celebraremos la liturgia propia
del domingo, día del Señor y día de los cristianos.
Nuestra Arzobispo, D. Florencio,
escribe una carta puesta en boca del mismo san Fermín. Me limito a exponeros un
breve párrafo de esta carta digna de ser leída y atendida por todos los diocesanos: “Os pido… seamos respetuosos y tolerantes,
que seamos abiertos con todos los que participen en nuestra fiesta, igual
durante el día, que los que quiere
descansar durante la noche. Que respetemos creencias y procedencias, color de
la piel, opciones políticas. Todos tienen un sitio en nuestra ciudad”.
“No pudo hacer allí ningún milagro”: Un
breve comentario al evangelio de hoy: Lo más llamativo es el comportamiento de
los vecinos de Nazaret que estaban en la sinagoga. A principio, admiración ante
Jesús: “¿Qué sabiduría es esa que le ha
sido dada?” Pero luego lo ven no como el que dice palabras de Dios, sino a
considerarlo como lo habían conocido siempre en su pueblo. Los de Nazaret saben que es un paisano suyo, conocen a toda
su familia, no pueden llegar a creer que pueda ser un profeta o alguien que
habla palabras de Dios. Por supuesto, no pueden llegar a pensar que sea el
Mesías que cumple las promesas de Dios hechas en el antiguo testamento.
Jesús ve que
los paisanos suyos que le escuchan en la sinagoga no pueden soportar que Jesús,
el hijo de José y María, tenga la pretensión de ser un profeta, incluso el
Mesías.
Tened presente
esto: Precisamente porque creen que lo conocen muy bien, y que es uno igual que
ellos; que conocen a su familia que es de condición humilde y pobre, no pueden
soportar que pueda ser alguien más que ellos. Por eso, Jesús les dice
abiertamente: “No desprecian a un profeta más que en su casa”.
Jesús no pudo
hacer en su pueblo ningún milagro, solo pudo imponer la manos a alguno. Jesús
se fue a otros pueblos a curar a los enfermos, a los humildes y necesitados.
Los paisanos de
Nazaret representan a muchos hombres y mujeres que, a través de la historia,
han tenido noticia de Jesús. ¿Cómo puede ser salvador del mundo un hombre nacido pobre, y que tiene pasión por los
pobres, los enfermos y la gente
sencilla, y que se enfrenta con los que tienen poder y relevancia social? En el
fondo, la escena de la sinagoga de Nazaret nos está diciendo que a para conocer
al Jesús, quedar ganados por Él y dispuestos a seguirle, es preciso ser
humildes, ser lo que somos, criaturas de Dios. Y como criaturas de Dios,
reconocernos necesitados, pobres y pecadores. La humildad es la verdad, y la
verdad es que todos, todos somos
limitados, no nos bastamos a nosotros mismos.
No nos solucionan la vida, ni nos salvan los famosos
que salen en el cine o en la tele, ni los que tienen dinero o poder. Al final,
solo el amor verdadero nos consuela en alguna medida, y solo el amor infinito
de Dios, nos hace totalmente felices. Venimos de Dios y vamos a Dios, y de Dios
a Dios, Jesucristo Camino Verdad y Vida. Este reconocimiento humilde de nuestra
verdad, es lo que de verdad nos lleva a descubrir a Jesús, como Hijo de Dios y
Salvador del mundo.