El monje por definición es el hombre que escucha y obedece a la Palabra,
que se sumerge en ella con alma de pobre y corazón contemplativo. Que
intenta engendrarla cada día en el silencio fecundo del monasterio y en
la virginidad de su corazón abierto y consagrado. Siguiendo a San Benito nuestro objetivo central es la búsqueda de Dios, o sea la primacía de Dios en la orientación de la vida. Por tanto constatamos en nuestra vida que la fe es un proceso:
Si los monjes buscamos la soledad es porque necesitamos entrar en comunión con Dios y con los hombres. Esta forma de vida nos posibilita un espacio privilegiado para el silencio, la escucha y la oración. Desde la oración estamos presentes y en comunión con la humanidad, comprometidas con los sufrimientos y los problemas de la sociedad.
Nuestra jornada tiene como centro la celebración de la Eucaristía y la alabanza a Dios en la Oración Litúrgica, porque en ella se celebra el Misterio de Cristo que sale al encuentro del hombre y lo eleva a la comunión con Dios Padre.La consigna de la Regla de S. Benito es caminar «tomando como guía el Evangelio». Por Cristo y por su Evangelio, los monjes renunciamos a poseer, a fundar una familia propia y a disponer de nosotros mismos, según nuestra voluntad, y pasamos a formar parte de un Monasterio, a vivir la fraternidad en una comunidad. Nos reúne la misma llamada de Dios y nos prestamos la ayuda necesaria para buscar a Dios. A través de la comunidad se va dando el encuentro con el Señor. En esta interdependencia de amar unas a otras llegamos a comprender y a aceptar las carencias de cada hermana, porque primeramente nos sabemos aceptadas por Dios tal como somos. Compartimos todo lo que abarca la vida, lo que somos y tenemos, las alegrías y las penas, las tareas y los momentos de expansión, en un ambiente familiar, cuidando la fraternidad. «Nadie anteponga su propio interés al de sus hermanos», nos dice S. Benito. El estudio y el trabajo dentro del monasterio y los gestos sencillos del servicio mutuo, el cuidado de nuestras hermanas mayores, la fidelidad de cada día, el perdón otorgado «antes que acabe el día», verifican la autenticidad de nuestro amor fraterno.
- Un camino de unificación interior: ser verdaderamente humano para ser verdaderamente cristiano. Y esta unificación interior es un camino lento y arduo que consiste en abandonar la superficialidad y la dispersión, callar y escuchar la propia realidad, aprender a vivir despierto y dejarse configurar con Cristo.
- Es un camino de vuelta a casa (como el Hijo Pródigo de la Parábola), de vuelta al corazón, de un encuentro en profundidad consigo mismo y de comunión con sus hermanos.
- Un camino progresivo hacia el amor gratuito, oblativo, y hacia la universalidad. Un monje de los primeros siglos, Evagrio Póntico, dice así: El monje se separa de todos para estar unido a todos.
Si los monjes buscamos la soledad es porque necesitamos entrar en comunión con Dios y con los hombres. Esta forma de vida nos posibilita un espacio privilegiado para el silencio, la escucha y la oración. Desde la oración estamos presentes y en comunión con la humanidad, comprometidas con los sufrimientos y los problemas de la sociedad.
La vida fraterna
Nuestra jornada tiene como centro la celebración de la Eucaristía y la alabanza a Dios en la Oración Litúrgica, porque en ella se celebra el Misterio de Cristo que sale al encuentro del hombre y lo eleva a la comunión con Dios Padre.La consigna de la Regla de S. Benito es caminar «tomando como guía el Evangelio». Por Cristo y por su Evangelio, los monjes renunciamos a poseer, a fundar una familia propia y a disponer de nosotros mismos, según nuestra voluntad, y pasamos a formar parte de un Monasterio, a vivir la fraternidad en una comunidad. Nos reúne la misma llamada de Dios y nos prestamos la ayuda necesaria para buscar a Dios. A través de la comunidad se va dando el encuentro con el Señor. En esta interdependencia de amar unas a otras llegamos a comprender y a aceptar las carencias de cada hermana, porque primeramente nos sabemos aceptadas por Dios tal como somos. Compartimos todo lo que abarca la vida, lo que somos y tenemos, las alegrías y las penas, las tareas y los momentos de expansión, en un ambiente familiar, cuidando la fraternidad. «Nadie anteponga su propio interés al de sus hermanos», nos dice S. Benito. El estudio y el trabajo dentro del monasterio y los gestos sencillos del servicio mutuo, el cuidado de nuestras hermanas mayores, la fidelidad de cada día, el perdón otorgado «antes que acabe el día», verifican la autenticidad de nuestro amor fraterno.